jueves, marzo 14, 2013

LOS VIUDOS DE CHÁVEZ

http://www.confidencial.com.ni/articulo/10752/los-viudos-de-chavez

No voy a hablar sobre Chávez, porque efectivamente ya todo está dicho. Las monumentales honras fúnebres del desaparecido líder venezolano son inolvidables, sobre todo por  las multitudes dolientes que le han acompañado. Sobre su  figura se han hecho panegíricos oficiales, elegías, sesudos obituarios, invectivas, análisis, comentarios e informadas biografías. También sobre lo que deja en Venezuela y América Latina. A mí lo que me llama la atención es la reacción post-mortem de  gente que se considera de izquierda y del llamado “progresismo”, cuyo duelo ha sido  escribir apologías, deponer todo sentido crítico y agarrar bronca con quienes no concuerdan con la idealizada imagen de su héroe. El estado de negación es tal, que pareciera más la congoja y rabia de un cónyuge por  el finado, que la normal pesadumbre de un seguidor o admirador político.

No me estoy refiriendo a sublimaciones como las del excanciller nicaragüense Miguel d´Escoto que ha llegado al extremo del desvarío de declarar a Chávez como “San Hugo de América, Patrono de nuestra Patria Grande Latinoamericana y Caribeña”. Ni a las lloraderas públicas del sucesor Nicolás Maduro, cuya extrema emotividad contrastó con la auto-contención de las propias hijas de Chávez y de su madre.

No. Me estoy refiriendo a personas que no son venezolanos, ni parientes ni militantes del PSUV y que antes de que declararan clínicamente muerto a Chávez parecían racionales y pasaban por personas educadas e informadas. Son de esas que despachan cualquier señalamiento sobre los debes y haberes del “arquitecto del socialismo del siglo XXI” como mentiras, patrañas o infamias. Como expresión de “simplismo”, “odio de clases”, “conspiración imperialista”, “mentiras de la burguesía”, etc. Están también los más pudorosos que hablan del “misterio insondable” de la figura del Comandante, de la incapacidad de ver la “complejidad de los fenómenos sociales” o de entender las “profundas razones del populismo” o  la “mística identificación con los pobres” que dicen tenía el difunto.

A mí la cosa me parece más sencilla. En sociedades empobrecidas, sin ciudadanías desarrolladas o desciudadanizadas por la precariedad, no es nada sorprendente que un autócrata carismático e histriónico, tenga éxito político. Este se comporta como padre autoritario con una población a la que ve y trata como menores de edad e hijos de dominio. Ese paternalismo autoritario –que de revolucionario o nuevo  no tiene nada- es la tendencia a aplicar las formas de autoridad y protección propias del padre de una familia tradicional a relaciones sociales de otro tipo.  En ese sistema se combinan decisiones arbitrarias, con elementos sentimentales y concesiones graciosas. El líder-“padre” es a la vez autoritario y permisivo con los adultos dependientes a los que impone lealtad, obediencia y temor. No es de extrañar entonces que acompañaran al sepelio del  Gran Papá grandes y acongojadas masas de huérfanos simbólicos y económicos. En esta relación paterno-filial, lo que tienen en común y los “identifica” no es que “vengan de abajo” o sean pobres de solemnidad, si no que compartían (los “hijos” y el “padre”) una valoración positiva del patriarcado más arcaico.  Ante este gran poder tutelar del autócrata, los tutelados quedan fijados en una perenne  infancia sociomoral.

Esta misma identificación aunque más enmascarada o vergonzante, aparece entre la izquierda buenista, la izquierda dogmática y una variopinta progresía, que en esto son tan patriarcales como la más anacrónica de las derechas.  No siendo pobres ni ricos, se identifican también con el macho clásico con poder: ese que hace lo que le da la gana con la hacienda pública, decide y expropia “por sus pistolas”, trata a amigos y seguidores como sus hijos,  tiene las mujeres que quiere, premia a los que obedecen y castiga a los que disienten  y encima goza de total impunidad, porque él es la mera “ley”. Es un asunto proyectivo y no consciente, pero explica la ambigüedad que sienten ante una figura como Chávez y la mal disimulada admiración por sus desplantes, excentricidades y  “gracias” que sin el menor sentido del ridículo hacía de su vida un reality show.

Con este sustrato de socialización primaria, un demagogo con poder y petróleo pudo hacerse adorar, pero no por ningún “misterio” de su indescifrable personalidad o carisma, porque nació para redentor o porque la gente pobre tiene no sé qué facultad para crear un “ángel de la guarda”. Ante el baño de pobrecitismo como coartada, se justifica entonces hacerse de la vista gorda con el despilfarro, la descomunal corrupción, los atropellos a los derechos de la ciudadanía y la injerencia en otros países. Y por último, cuando los hechos y los datos son insoslayables, se alega que a fin de cuentas, a los pobres no les interesa la política, las instituciones ni la libertad, que lo único que les interesa es comer y que le “resuelvan” sus necesidades.  Pan sin libertad, les parece un trueque justo. La democracia, dicen, sólo le interesa a la burguesía. Los pobres en esta perspectiva no son personas, son sólo estómagos con patas.

Chávez no sólo ha dejado hartos huérfanos en Venezuela. También ha dejado afuera un montón de “viudos” casados con ese modelo de paternalismo autoritario al que ven como benéfico y a lo sumo “mejorable”.  Las gafas del reduccionismo económico y social, el sesgo de género, la chatura política y el pragmatismo instrumental les impide reconocer el modelo. Peor aún, que lo que duele es  la pérdida de un epítome del antiguo poder masculino en una época en que como diría Marx “todo lo que es sólido se desvanece en el aire”.

Es curioso constatar que en momentos en que el Vaticano está en crisis y el rol del propio Papa está cuestionado, por estos lados se esté forjando una nueva “papolatría” alrededor de Chávez. Más les valiera plantearse –como hemos hecho las mujeres- la emancipación, es decir,  salir de la subordinación a tutores o amos o bien, a la del Estado, partido, iglesia o marido.  Y más que reclamar reverencias y hacer culto a las momias, deberían asumir con firmeza de ánimos y honradez política la despedida de una masculinidad perversa y la idea del gobierno como señorío de hacienda.  Ese es el cambio de fondo que revolucionaría la sociedad, no la abyecta subordinación que esperan de los pobres a cambio de repartir migajas, mientras realizan una primitiva acumulación de capital con los recursos públicos para beneficio propio. Ante semejantes “padres”, señores, mejor ser huérfanos.

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