miércoles, octubre 24, 2007

LO9 QUE SOSTIENE A LAS DICTADURAS. EDITORIAL LA PRENSA DE HOY 24 DE OCTUBRE 2007

¿Qué se necesita para que un dictador, caudillo o tirano establezca su régimen sobre una nación? Se necesita ante todo que dicha nación esté compuesta en número suficiente por ciudadanos dóciles, egoístas o cobardes.

Sí, porque la persona dócil es obediente y sumisa, como los borregos cuyos dueños los llevan por donde quieren —inclusive al matadero— y ellos marchan cabizbajos sin ningún asomo de protesta. Por eso, algunos hablan de “naciones de borregos”, las cuales, por lo general, tienen dictadores como gobernantes.

De ahí que toda dictadura presuponga la existencia de ciudadanos dóciles. Ellos constituyen el banco de recursos de donde el dictador saca empleados que no preguntan ni opinan ni difieren sino que sólo bajan la cabeza y obedecen.

El actual gobierno de Daniel Ortega está plagado de funcionarios dóciles y, según se ve, la meta a mediano plazo es remover a los pocos indóciles irreverentes que todavía quedan desperdigados por ahí, hasta que en las instancias públicas predomine el nítido color blanco lana de los borregos.

En la medida que gobernantes dictatoriales como Daniel Ortega no encuentran oposición, se van haciendo más agresivos.

El pecado de los medios de comunicación independientes es no ser dóciles sino más bien críticos. Por eso permanecemos en la mira de este gobierno autoritario que nos presiona económicamente excluyéndonos de la propaganda gubernamental y cobrándonos impuestos ilegales.

La segunda condición para que florezca una dictadura —dijimos— es el egoísmo, esa actitud de los que sólo se interesan en sí mismos, en su bienestar, su salud, su negocio, su gremio, su trabajo y que son incapaces de sentir empatía, es decir, de ponerse en los zapatos de su prójimo y mucho menos de hacer algo por él.

El egoísta superpone sus intereses a los de la comunidad y en ese sentido es socialmente destructivo. Cree que el mal ajeno no le afecta ni le puede afectar. Predica la filosofía de “sálvese quien pueda”.

El egoísmo es una tendencia humana generalizada. Los niños son egoístas desde pequeños y cuando crecen su egoísmo no disminuye. Los dictadores, tiranos y caudillos dependen de los egoístas para establecerse en el poder y mantener sus regímenes autoritarios.

Ellos cuentan con que haya individuos sin escrúpulos, cuyo interés consista simplemente en enriquecerse a corto plazo, en conseguir una posición de poder, en usurpar un prestigio para el cual no han hecho méritos. Abogados sedientos de magistraturas, médicos en busca de ministerios y de sus propias clínicas privadas, falsos religiosos en busca de protagonismo y de poder, lobos vestidos con piel de oveja forman todos el arsenal y la cantera de donde se suple, regocijado, el dictador. Sin suficientes egoístas no existirían dictaduras.

Finalmente, los cobardes son el tercer tipo de ciudadanos que el dictador aprecia y necesita para mantener su régimen. Los cobardes no tienen coraje ni fuerza de espíritu. Son apocados, se esconden, huyen, dan la vuelta, se pliegan, bajan las manos ante la presión y la represión, y justifican su conducta con proverbios que ensalzan la prudencia, como aquel que dice: “Mejor que digan, aquí corrió y no, aquí cayó”. Tienen miedo de perder la vida, el dinero, la casa, el trabajo, los privilegios, el estatus. Están demasiadamente apegados a lo terrenal. No saben de honor ni de vergüenza. Los dictadores se solazan y se frotan las manos ante ellos porque cuentan con una multiplicidad de medios para intimidarlos y para mantenerlos congelados del miedo. Anastasio Somoza utilizaba a la Guardia Nacional para acobardar a los disidentes y neutralizarlos. Fidel Castro se vale hoy día de cárceles, torturas y hasta del asesinato de los pocos opositores cubanos que se atreven a levantar la voz y así los mantiene callados.

Hugo Chávez amenaza con expropiación a la empresa privada y con cancelación de frecuencias a los que denuncian sus cada vez más frecuentes atropellos. En Nicaragua se utilizan los poderes del Estado como revólveres que apuntan a cualquiera que denuncie o se oponga.

Pero la mayoría del pueblo nicaragüense no es dócil ni egoísta ni cobarde. Al contrario, es indoblegable, solidario y valiente. Por eso no permitirá que florezca en nuestro país otra dictadura disfrazada de democracia. Esta convicción debe animarnos para ver hacia el futuro con esperanza.

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