En su discurso en el acto fundacional de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), que fue puesto en escena el fin de semana pasado en un cuartel militar de Caracas, Venezuela, bajo la batuta del presidente venezolano coronel Hugo Chávez, Daniel Ortega sugirió —seguramente sin que fuera esa su intención— algo que podría ser una salida democrática factible y eficaz a la crisis de legitimidad institucional generada por el fraude del 6 de noviembre.
Sin duda que fue una fanfarronada de Ortega, haber dicho en Caracas, el sábado pasado, que si se repitieran las elecciones las volvería a ganar ahora con más del 70 por ciento de los votos. Con esa expresión y el tono con que lo dijo, el caudillo del FSLN quiso minimizar la marcha opositora que se realizó ese mismo día en Managua, cuando varios miles de ciudadanos condenaron el fraude y demandaron la convocatoria a nuevas elecciones, pero libres, limpias y justas, organizadas por un organismo electoral independiente y decente y con una amplia y acreditada observación electoral independiente, nacional y extranjera.
Pero lo cierto es que Ortega reconoció, de hecho, con sus propias palabras el impacto de la reciente manifestación de la sociedad civil, la cual fue magnífica si se considera la calidad moral y política de sus participantes, la falta de recursos económicos para financiarla y el ambiente festivo decembrino que envuelve a toda la sociedad.
La verdad es que Ortega tiene que estar seriamente preocupado porque la oposición política y la sociedad civil no reconocen su pretendido triunfo electoral, ni van a legitimar su nuevo período gubernamental que se propone comenzar el diez de enero de 2012. Y sobre todo le preocupa la corriente internacional que se está generando para desconocer la legitimidad de su régimen y poner en práctica medidas drásticas para ayudar a que la institucionalidad democrática y el Estado de Derecho sean restablecidos en Nicaragua. Si a Ortega no le importaran esos factores políticos, no hubiera hecho de la marcha opositora del sábado pasado el eje de su discurso en la Celac, vinculándola con la audiencia del jueves pasado en el comité de política exterior de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y la presentación en el Senado de un proyecto de resolución bipartidista para presionar por el retorno de Nicaragua a la senda de la democracia.
Si Ortega está seguro de que su partido ganaría una nueva elección con más votos que los que fraudulentamente le atribuyó el Consejo Supremo Electoral el 6 de noviembre pasado, ¿por qué no convierte en hechos sus palabras y convoca a la sociedad civil y los partidos políticos a un diálogo, a fin de consensuar las bases de una nueva convocatoria electoral con legitimidad constitucional, limpia, justa y confiable para todos?
Daniel Ortega ha causado la crisis de legitimidad nacional e internacional que sufre su gobierno y daña a Nicaragua; y de él mismo depende también que esta crisis se pueda resolver de manera democrática, rápida y eficaz, llevando a la práctica las palabras que como una fanfarronada política él pronunció el sábado 3 de diciembre en Caracas.
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