Internacional
Costa Concordia, el crucero de ensueño que hundió Schettino
Vino, una chica y nuevas mentiras. A medida que se conocen datos del naufragio de Giglio, la redención del capitán canalla resulta más improbable
ÁNGEL GÓMEZ FUENTES / ROMA
Día 22/01/2012 - 08.50h
Costa Concordia, el crucero de ensueño que hundió Schettino
EDUARDO S. MOLANO
El comandante Schettino: «La he liado. He pasado cerca del Giglio y hemos chocado»
«Los afectados mantienen el nivel de alerta durante días como si estuviesen sobre el barco»
El capitán del «Concordia», dispuesto a asumir responsabilidades si se confirma su «error»
Domnica, la «misteriosa» moldava del Concordia: «No soy la amante del capitán»
El capitán del Costa Concordia ordenó la cena después del choque
Un gran mujeriego, como el 90 por ciento de los capitanes de los grandes cruceros». Así define a Francesco Schettino, de 46 años, capitán del Costa Concordia, el ilusionista Francesco Tesei, quien conoce bien ese ambiente por haberse exhibido durante años en las grandes naves de Costa Cruceros, viajando también con quien hoy es el capitán más denostado de Italia. «Es un napolitano simpático y superficial», añade Tesei. Uno de sus oficiales, Martino Pellegrino, lo describe como un «autoritario, egocéntrico y temerario», al que le gusta guiar la nave como si fuera un Ferrari. Y el presidente y consejero delegado de su compañía, Pier Luigi Foschi, lo considera «uno al que le gusta aparentar». Desde el primer momento, todas las culpas del naufragio, que ha causado 12 víctimas mortales y 20 desaparecidos, cayeron en el capitán Francesco Schettino: se acercó demasiado a la costa, iba a una velocidad excesiva (más de 15 nudos) y dio la orden de evacuación 68 minutos después de chocar contra un escollo, aunque sabía desde el principio que la sala de máquinas estaba inundada de agua. Después, para justificar su escapada y abandono de la nave, lo que está castigado con doce años de cárcel, dio una increíble versión: «No quería huir, caí por accidente en el bote salvavidas», el mismo en el que se encontraban también su segundo y su tercer oficiales. ¡Oh, casualidad! Ante ese comportamiento, todo el mundo se ha hecho la misma pregunta: ¿estaba borracho o drogado Frascesco Schettino? El número uno de la naviera responde que «estaba alterado emotivamente; veía a su criatura, la nave, hundirse delante de él».
Cena en compañía
A este cuadro casi surrealista vino a sumarse el descubrimiento de que el capitán había cenado con Domnica Cemortan, una ex bailarina moldava, rubia y misteriosa, de 25 años, en el Club Concordia, el más exclusivo de los restaurantes del crucero. Un pasajero, Angelo Fabri, les sacó una fotografía publicada en el periódico «Secolo XIX», señalando que el capitán empinó bien el codo: «Al menos se bebieron un decantador entero de vino». No se sopla en el mar para el test de alcoholemia, pero quizás en tierra, tras levantarse de aquella mesa, al capitán Schettino no se le hubiera consentido la conducción de un vespino. En cambio, Francesco Schettino, en compañía de la joven moldava, se dirigió al puesto de mando del Concordia para coger el timón de una nave colosal que con sus 292 metros de largo por 36 metros de ancho y con 4.200 personas (entre pasajeros y tripulación) era como una ciudad flotante. Estar al frente de ese gigante puede hacer «perder la cabeza», según la escritora Lidia Ravera: «Si es verdad que una cierta categoría de hombres tiende a considerar incluso la conducción de un modesto coche una exhibición de potencia viril, un falo de 290 metros puede hacer perder la cabeza a un capitán, sobre todo si, en lugar de tener, como recita el célebre adagio, “una mujer en cada puerto”, la señora se la lleva detrás, de un puerto a otro».
La rubia moldava ha desmentido que ella sea la amante del capitán: «Sí, me encontraba con Francesco Schettino en el momento del choque; para mí es un héroe porque salvó a miles de personas. Y no soy su amante». Pero el instructor del gimnasio del crucero, el rumano Alexandru Banescu, ha contado al diario «Il Giornale»: «La tripulación sabía que Domnica Cemortan estaba con el comandante».
Es una tentación habitual en Italia buscar en este tipo de situaciones dramáticas un chivo expiatorio. Todos dieron a Francesco Schettino como culpable único del mayor naufragio de Italia. En todos los medios italianos e internacionales el calificativo más benigno que se le dedicó fue el de cobarde. Nadie entendió su comportamiento: «Fue incongruente respecto a sus responsabilidades y a sus compromisos como comandante», y demostró «una percepción alterada de la realidad», según comentó el profesor de psiquiatría Massimo Di Giannantonio.
En oposición a Francesco Schettino se colocó como ejemplo de héroe al capitán de fragata Gregorio De Falco, de 46 años, simplemente porque desde el puesto de guardia de Livorno había ordenado imperiosamente a Schettino: «¡Vuelva a bordo, coño!», en una conversación escuchada en todo el mundo por internet.
Ni siquiera al propio De Falco le gustó la idea de pasar por un héroe: «La cosa preocupante —explicó su mujer, Raffaela— es que personas como mi marido, personas que aman simplemente hacer su propio deber cada día, se conviertan de repente en este país en ídolos, personajes, héroes. Eso no es en absoluto normal». «Vuelva a bordo, coño» es una frase que causa furor en Italia y hasta se ha plasmado en camisetas que se venden a 12,90 euros. Una frase y un héroe con los que Italia, que se siente humillada por el horrible comportamiento de Francesco Schettino, busca rescatar su imagen dañada.
Dos almas de Italia
La dramática conversación entre los capitanes Schettino y De Falco es quizás el documento que mejor testimonia las dos almas de Italia, según han escrito diversos analistas. Por un lado, un hombre irremediablemente perdido, un capitán (Schettino) cobarde y traidor que huye de sus responsabilidades y que se está manchando con una deshonra que no es cancelable. Por el otro, un hombre enérgico que entiende inmediatamente la dimensión de la tragedia y trata de llamar con voz alterada al vil a sus obligaciones y responsabilidades. «Vuelva a bordo, coño» fue más que un grito de dolor, un himno motivacional, una señal de revancha. «Hace falta un grito que nos sacuda e infunda coraje. Es por eso por lo que quisiéramos, en cualquier ocasión, para quien maneja el país o para quien simplemente hace su trabajo, que hubiera alguien como el capitán De Falco que nos llamara perentoriamente al orden. Gracias, capitán De Falco, nuestro país tiene una extrema necesidad de gente como usted», escribió Aldo Grasso en un comentario editorial del «Corriere della Sera».
La naviera, en entredicho
Francesco Schettino ha sido criticado en todos los medios con extrema dureza. Solo ha sido bien recibido en su pueblo, Meta di Sorrento (40 kilómetros al sur de Nápoles). Se le ha maltratado, quizás para echar fuera ese «Schettino» que algunos italianos llevan dentro. Pero seguramente todos los chivos expiatorios tienen derecho a un descuento.
Ahora, cuando han pasado nueve días desde que se produjo la tragedia, hay al menos diez llamadas telefónicas que ayudan a reconstruir el naufragio del Concordia. Demuestran también cómo los responsables de la naviera Costa Cruceros fueron informados, inmediatamente después del choque, de la gravedad de la situación. A la vista de esos nuevos datos, se da valor a la hipótesis de que el capitán Schettino no es el único responsable del desastre causado por la absurda y alocada decisión de evacuar la nave casi dos horas después del choque.
El propio capitán Schettino reveló, en el interrogatorio del martes ante el juez, que a las 22.05 , en conversación con el responsable de la unidad de crisis de la naviera, Roberto Ferrarini, había explicado la dramática situación del crucero: «He cometido un error. He pasado demasiado cerca de la isla de Giglio y hemos chocado. Mandad helicópteros». La última grabación conocida de Schettino, hecha pública ayer, es otra mentira a la Capitanía de Livorno: «Me quedaré yo solo a bordo». Se tardará, pero todas las víctimas del «Titanic italiano» tienen derecho a conocer la verdad y obtener justicia.
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