Sunday, January 22, 2012
Ahora resulta que Hugo Chávez habló por nueve horas—de pie, descansando solo para ir al baño—durante su último discurso en la asamblea. Si hay un indicador muy exacto de megalomanía en un político es la longitud de sus discursos, pero eso es otro tema. La longitud del discurso, en este caso, está relacionada con la salud de Esteban, a quien hace unas semanas le daban solo unos meses de vida. El hecho que el susodicho pueda estar de pie nueve horas hablando vaina me recuerda al perro que canta—nadie se asombra de la voz, solo del hecho que canta. Es así que todo el mundo está hablando de que nadie sabe si lo de Chávez son patadas de ahogado o si en verdad está mejorado. Su cáncer se ha convertido en un perverso juego de lotería en el cual algunos países como Nicaragua han comprado billete apostando a que Chávez vive, y países como Colombia (y gran parte de Venezuela) que han comprado billete apostando a que Esteban va a colgar los tenis.
Un chiste malo: Walter Mercado hizo predicciones sobre lo que iba a pasar en el 2012 pero se olvidó de predecir su hospitalización. Otro chiste malo: Daniel está absolutamente convencido que la plata de Venezuela va a seguir llegando aún si Esteban clava el pico. Último chiste: un maje va a la iglesia y reza con todas sus fuerzas, ay diosito, por favor te pido, sácame la lotería…Llega el domingo y nada. La semana siguiente tampoco hay nada y así por varias semanas consecutivas. El tipo sigue rezando con un fervor cada vez más desesperado hasta que Dios, con una mezcla de pena e impaciencia, se le aparece y le dice ayudame, hijto, ayudame, comprá el billete.
Un chiste malo: Walter Mercado hizo predicciones sobre lo que iba a pasar en el 2012 pero se olvidó de predecir su hospitalización. Otro chiste malo: Daniel está absolutamente convencido que la plata de Venezuela va a seguir llegando aún si Esteban clava el pico. Último chiste: un maje va a la iglesia y reza con todas sus fuerzas, ay diosito, por favor te pido, sácame la lotería…Llega el domingo y nada. La semana siguiente tampoco hay nada y así por varias semanas consecutivas. El tipo sigue rezando con un fervor cada vez más desesperado hasta que Dios, con una mezcla de pena e impaciencia, se le aparece y le dice ayudame, hijto, ayudame, comprá el billete.
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