lunes, agosto 27, 2007

´CHÁVEZ SE QUIERE CONVERTIR EN EMPERADOR. JORGE RAMOS



10:13 am | 27 Ago 2007 |
Por fin, el aprendiz de emperador mostró sus verdaderas intenciones. Hugo Chávez quiere morirse en la presidencia de Venezuela. Al menos ya lo sabemos. Se acabaron los jueguitos. Se acabaron las mentiras. Ahora sabemos que Chávez nos mintió a todos cuando el 5 de diciembre de 1998 dijo: “Claro que estoy dispuesto a entregar (el poder después de cinco años)”. Lo dice Jorge Ramos en su columna de esta semana en el Diario de Nueva York.

Chávez se acaba de desnudar en su reciente discurso de casi cinco horas frente a la Asamblea Nacional cuando propuso un nuevo cambio a la Constitución: “El presidente o presidenta de la república puede ser reelegido o reelegida de inmediato para un nuevo período, así de sencillo“.

Traducción: Chávez se quiere convertir en emperador.

Lo que que fastidia, es que trate de vendernos su reelección indefinida como si fuera un gesto verdaderamente democrático, clamado por el pueblo, y no como lo que es: una tramposa maniobra antidemocrática para tratar de justificar su apropiación del poder.

“Yo dudo”, dijo Chávez, “que haya otro planeta con una democracia más vital que la que disfrutamos en Venezuela hoy en día”.

Siento disentir: Venezuela ya ni siquiera es una democracia. Lo fue. Pero ya no lo es. Y la razón es sencilla. En una democracia gobiernan muchos. Hoy en Venezuela gobierna uno solo.

Chávez está engordando frente a nuestros ojos. Y no me refiero a la robusta papada ni a la nueva talla de sus caros trajes importados. Aquí está el menú de todo lo que se ha comido Chávez: la presidencia, el ejército, la Asamblea Nacional, la Corte Suprema, los medios de comunicación — con notables excepciones — y la petrolera Pedevesa.

Eso no es democracia. Es gula política. Eso es la acumulación de todos los poderes: ejecutivo, legislativo, judicial, militar y el de la prensa. Es increíble que esto esté pasando en pleno 2007 en el continente americano.

La señal más clara de esta gordura de poder es la creciente intolerancia chavista ante las críticas. Ya no da entrevistas a periodistas independientes. ¿Para qué exponerse si en su programa semanal ‘Aló, Presidente’ puede hablar hasta por ocho horas sin una sola interrupción o cuestionamiento?

Y ahora hasta quiere que los extranjeros se callen al llegar a Venezuela. “¿Hasta cuándo nosotros vamos a permitir que venga fulano de tal, de cualquier país del mundo, aquí mismo a nuestra casa, a decir que aquí hay una dictadura, que el presidente es un tirano?” se preguntó Chávez hace poco. Y, por supuesto, él mismo se contestó. “No, eso está prohibido a los extranjeros”.

A Chávez le queda chica Venezuela. Con petrochequera en mano: Busca aliados — Ecuador y Bolivia. Amenaza vecinos — Perú y Colombia. Tuerce brazos — Brasil. Insulta al norte — México y Estados Unidos. Y hasta se atreve a hacer campaña política y apoyar candidatos en otros países — como recientemente lo hizo en Argentina. Así Chávez, que se define como antimperialista, dibuja un imperio chavista en su mente.

Todo esto ocurre mientras a Fidel Castro se le va escurriendo la vida. Chávez — con más salud, menos años y más dinero — le ha quitado ya al dictador cubano el rol del boxeador de la izquierda.

Nadie sabe qué va a pasar en una Cuba sin Fidel. Pero lo que sí sabemos es que mientras un dictador se esfuma otro aparece.

El emperador Chávez
Jorge Ramos

El Editorial
Constitución y totalitarismo
Agosto 27 de 2007

Quien quiera entender la idiosincracia de América Latina debe empezar por conocer su propensión a cambiar sus constituciones. Y si mira hacia Venezuela podrá ver la forma en que se construye un sistema totalitario basado en el populismo.

En efecto, la historia reciente de los países latinoamericanos está plagada de ejercicios legislativos donde se ha pretendido plasmar los principios que deben regir el poder político, la soberanía y el servicio público. Esos principios, la base de cualquier sistema democrático, requieren de la estabilidad en el tiempo y del acatamiento de los gobernantes para que puedan trascender y formar naciones respetuosas de la ley como supremo árbitro de las relaciones sociales. Y de buscar el consenso que lleva a que los cambios sean definidos por mecanismos precisos que consulten las necesidades de la sociedad antes que los afanes partidistas.

Pero la constitución en esta parte del mundo también debe verse como la oportunidad de ejercer el poder para imponer ideas o propósitos o para impedir cualquier intento de oponerse a ellos. Así ocurre ahora en Bolivia y así puede pasar en Ecuador. En el primer caso, las ambiciones de su presidente Evo Morales llevaron a una asamblea constituyente. En el segundo, Ecuador se apresta a elegir una constituyente que, por lo que se le entiende al presidente Correa, tendrá el mismo contenido populista de la propuesta por su colega boliviano.

Todo ello tiene un patrón, aunque con circunstancias distintas. Se trata de las transformaciones que ha impuesto en Venezuela el presidente Hugo Chávez. El patrón común son los fracasos de la política tradicional en la atención a las necesidades sociales de sus países, que dieron paso a regímenes cuyo objetivo está más centrado en la agudización de conflictos que en la construcción de consensos democráticos. La diferencia está en la enorme capacidad económica que le da a Chávez el petróleo y en la capacidad de cada uno de los presidentes para imponer sus particulares reformas, camino a lo que han dado en llamar “socialismo Siglo XXI”.

Ahora mismo, mientras la constituyente de Morales naufraga y la unidad de Bolivia tambalea, Chávez ha presentado su proyecto a una Asamblea Nacional monolítica en torno al él y donde no existe posibilidad de escuchar a la oposición. Y a juzgar por la propuesta, es un esfuerzo por desmontar los restos de una constitución pluralista, basada en la división de poderes y respetuosa de la descentralización. A partir de su aprobación, que se da como un hecho, el Presidente será el único soberano, los estados convidados de piedra y la propiedad privada un derecho tan relativo como subalterno. Además, el Presidente podrá cambiar el Estado a su antojo y cuantas veces considere conveniente.

Es claro que América Latina necesita adecuar sus instituciones a las necesidades de sus pueblos. Pero cabría preguntar si la solución está en el totalitarismo de Chávez o en el populismo que divide a las naciones, común hoy a Bolivia y Ecuador

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