sábado, agosto 04, 2007
MÁS ALLÁ DE CHÁVEZ Y DEL ALBA
El acto de celebración del triunfo de la revolución sandinista, el mes pasado, tuvo el único objetivo de rendir tributo a la persona de Hugo Chávez y al acuerdo que él promueve conocido como Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba). Pero el presidente Daniel Ortega y su esposa, la señora Rosario Murillo, fueron más allá de lo debido y cayeron en una actitud servil hacia el mandatario venezolano.
Es comprensible que Ortega se sienta agradecido con la ayuda de Chávez. Sin embargo, no es necesario perder la compostura de ni avergonzar al pueblo nicaragüense ante la comunidad internacional. Lamentablemente, esta política de glorificación del individuo es de esperarse en alguien que, como el presidente Ortega, también promueve su glorificación. Los responsables de la propaganda danielista siguen pegando pancartas en toda la ciudad capital, carreteras y centros comerciales con leyendas demagógicas como: “Daniel de Nicaragua, Nicaragua de Daniel”, “Daniel: el pueblo presidente”, “Con Daniel vos ganás”, y tonterías por el estilo.
El discurso de Ortega en aquella ocasión fue una defensa ciega del Alba, acuerdo firmado sólo por cuatro países latinoamericanos: Cuba, Bolivia, Nicaragua y, desde luego, Venezuela. Al principio, el Presidente hizo un rápido e impreciso repaso histórico del colonialismo europeo. Enfatizó que el esclavismo de esa época produjo la acumulación originaria de capital que sirvió para el establecimiento del actual “capitalismo salvaje”. Luego dijo que Estados Unidos y Europa no han cambiado su actitud colonialista (“el enemigo es el mismo”); que siguen explotando a los países pobres y que hacen todo lo posible para mantenerlos divididos con ese propósito. Al final, Ortega aseguró que la panacea de los problemas económicos de Latinoamérica y el único camino para lograr su unidad es el Alba, ante el cual palidecen todos los demás tratados y acuerdos comerciales.
O sea que, según el presidente Ortega, el desarrollo económico, la unidad y la libertad política de América Latina no tienen futuro sin el Alba. Pero esto suena sumamente extraño si se toma en cuenta que las democracias más fortalecidas y económicamente más desarrolladas de Sudamérica —Brasil, Argentina, Chile— han rechazado rotundamente el Alba. ¿Por qué? Primero, porque los dirigentes de estas naciones saben que el Alba es un proyecto personal que descansa sobre una base bastante frágil: el precio internacional del petróleo. Sería una locura que Brasil, Argentina y Chile renunciaran al desarrollo económico sostenido que resulta de la inversión privada y de la producción interna en el marco de una democracia clásica para embarcarse en una aventura ideológica que —como todas las que han existido antes— tarde o temprano pasará de moda. Además, los sudamericanos tienen el Mercado Común del Sur (Mercosur), un tratado comercial mucho más efectivo, realista, rentable, eficiente y productivo que el Alba. Aunque Venezuela se unió al Mercosur el año pasado, en realidad la intención de Chávez no es fortalecer dicho foro sino más bien vender desde dentro su proyecto personal, algo que le será muy difícil. Segundo, los países más desarrollados de Sudamérica rechazaron el Alba porque saben que es fundamentalmente un mecanismo ideológico-político, que busca la instauración del Estado maoísta o stalinista, es decir, el retorno de las dictaduras ahora con fachada seudo democrática.
Desde luego que ante la situación económica de Nicaragua, el Alba es en teoría una alternativa prometedora. Sin embargo, el presidente Ortega, en su actuar, está incurriendo en tres graves errores: (1) Cree que Nicaragua puede prescindir de otras alternativas de desarrollo como el DR-Cafta, la Cuenta Reto del Milenio, la cooperación económica de Europa así como de múltiples organismos financieros internacionales, incluyendo el FMI y el Banco Mundial. (2) Trata de imponer a los nicaragüenses la visión política maniquea de Hugo Chávez, que divide el mundo en buenos (los que están con él) y malos (los que están contra él). (3) Se empeña en sustituir la democracia representativa por una “democracia directa” en la que los CPC orteguistas, o más bien murillistas, se impongan a las autoridades elegidas por el pueblo.
Este enfoque de Daniel Ortega y Rosario Murillo con respecto al Alba está llevando a nuestra sociedad —una vez más— a la confrontación violenta. El Presidente debería rectificar y los diputados en la Asamblea Nacional tienen la responsabilidad de ayudarle para que rectifique a tiempo.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario