La batalla apenas comienza
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La batalla por la democracia en Nicaragua apenas comienza y sólo podrá ser ganada si los nicaragüenses que aman la libertad se unen en una gran fuerza política, como hicieron los diputados democráticos en la votación contra el veto presidencial, el martes pasado, en la Asamblea Nacional.
Si los partidos democráticos siguen divididos Ortega hará en Nicaragua el mismo desastre que Hugo Chávez en Venezuela: destruirá la economía, ahuyentará a los inversionistas, se perpetuará en el poder, anulará a los partidos de oposición, restaurará los órganos represivos del pasado en los llamados Consejos del Poder Ciudadano (CPC), pasará encima de la ley y hará que miles de nicaragüenses se vayan otra vez al exilio. Inclusive, Ortega podría provocar una nueva guerra civil, pues seguramente los nicaragüenses no soportarían por mucho tiempo los abusos de la dictadura matrimonial.
Pero es necesario y posible evitar la violencia que tanto sufrimiento humano y pérdidas materiales ha causado en Nicaragua. El campo de lucha por la defensa de la libertad y la democracia debe ser en la Asamblea Nacional, donde los diputados democráticos son la mayoría; y en las organizaciones cívicas desde donde los ciudadanos pueden ejercer una presión determinante sobre los gobernantes.
Los diputados democráticos pueden revertir categóricamente las amenazas totalitarias, como la expresada por el diputado orteguista Gustavo Porras, quien dijo que la Asamblea Nacional no sirve para nada. Precisamente porque saben la enorme importancia del Poder Legislativo es que ahora —siendo allí minoría— salen con semejante improperio. Y es comprensible que estén desbocados, luego de la derrota que sufrieron el martes pasado cuando los diputados democráticos unidos rechazaron con 52 votos el veto de Ortega a la ley que deroga las arbitrarias atribuciones gubernamentales de los CPC.
Ortega también trató de desacreditar al Poder Legislativo llamando “reaccionarios” a los diputados de oposición; y los desafió, al anunciar que los CPC van a ser instalados el 30 de noviembre al margen de lo que digan los diputados democráticos. De esa manera Ortega expresa una vez más su desprecio al Estado de Derecho y a la ley, cuyo cumplimiento él mismo ha esquivado en varias ocasiones. Pero, ¿se van a dejar avasallar los diputados democráticos?
Por otro lado pero en el mismo orden, el amparo con que el Tribunal de Apelaciones de Managua controlado por los orteguistas favoreció a los CPC, pretendiendo anular la decisión de los 52 diputados que rechazaron el veto presidencial, seguirá su trámite en la Corte Suprema de Justicia. Y allí podría estancarse, pues sandinistas y liberales tienen igual número de magistrados en la Sala Constitucional y en la Corte Plena. Al parecer, esa era la carta o puñal contra la democracia que Ortega escondía debajo de la manga. Pero esta movida es una irresponsable invitación a la confrontación de Poderes, que definitivamente no le conviene al mismo Ortega porque si los diputados democráticos se mantienen unidos —como deben mantenerse—, él lleva las de perder en cualquier sentido.
Ortega se está poniendo en el ojo del huracán. Ya provocó que los diputados de oposición rompieran quórum en la sesión del miércoles pasado. Los legisladores democráticos continuaron sesionando ayer, pero no están obligados a aprobar las leyes que le interesan al Ejecutivo. Ellos pueden recortar drásticamente los enormes gastos que Ortega pide en el Presupuesto General de la República, para su casa y oficina de su partido, que caprichosamente ha convertido en sede presidencial. Y pueden hacer lo mismo con el presupuesto para la Corte, si esta avala la decisión del Tribunal de Apelaciones que amparó a los CPC y actúa como sicario judicial del orteguismo.
Como hemos dicho reiteradamente, Ortega sólo llegará hasta dónde los diputados y los ciudadanos democráticos le permitan llegar. Y hay que estar claros de que si esta vez Ortega se sale con la suya, sería un precedente devastador para el proceso democrático nicaragüense que ha costado tanto sudor, lágrimas y sangre.
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