lunes, marzo 05, 2007

EDITORIAL DE LA PRENSA DE HOY 5/2/07 SOBRE LA RECONCILIACIÓN DE ORTEGA.



"La “reconciliación” de Ortega

Reconciliación significa terminar con la discordia de los rivales. Pero si los reconciliadores enemistan en vez de acercar; dividen en vez de unificar, entonces se contradicen a sí mismos. Un análisis somero de las actuaciones del presidente Ortega en lo que va de su gobierno deja totalmente claro que ni siquiera es una persona reconciliada consigo misma, ni con sus propios partidarios y mucho menos con sus adversarios políticos. Al contrario, Ortega encarna y trasuda conflicto. Su acto de toma de posesión estuvo rodeado de irregularidades. Y asimismo, el uso abusivo del Olof Palme y su negativa a usar la Casa Presidencial (detrás de esta decisión estaba entre otras la intención de deshacerse del personal anterior y contratar a “su gente”). Sus decretos son cuestionables, su esposa es controversial, sus allegados e incondicionales son individuos conflictivos (la mayoría de ellos ex miembros de la temible y temida Seguridad del Estado). La invitación que hizo al cardenal Obando para que presidiera un consejo de reconciliación fue y sigue siendo discutible, aunque Obando reciba o no autorización para aceptar el cargo. Sus aspiraciones absolutistas en el sentido de que a él le importa poco la opinión de l os miembros del Poder Legislativo, son asimismo controversiales.

Esto no es sólo opinión sino reconocimiento de hechos concretos. Daniel Ortega no es una persona que busque y/o promueva la reconciliación sino la división, el enfrentamiento y el conflicto. Y es que para poder generar reconciliación, el mismo Daniel Ortega tendría que haberla experimentado en su propia persona. El teólogo germano-americano Paul Tilich (1886-1965) dijo que, a nivel personal, la reconciliación crea “un nuevo ser” (Das Neue Sein, Stuttgart, 1964). Es decir, afecta a toda la persona. Este concepto de Tilich podría aplicarse a la reconciliación de una sociedad históricamente polarizada como la nuestra. Tendría que ser afectada en su totalidad.

Un gobierno de unidad y reconciliación sería inclusivo y no exclusivo. Incorporaría en su gabinete a profesionales capaces, pertenecientes a otras tendencias políticas. Ortega, en cambio, se rodeó de incondicionales. ¿Quién de ellos se atreve a diferir, a criticar, a ofrecer caminos alternativos? Un gobierno de unidad y reconciliación respetaría los empleos de ciudadanos que no estuvieran en cargos de confianza, pero estamos presenciando el despido hasta de conserjes y conductores en diversas dependencias gubernamentales, para poner a fieles militantes danielistas en su lugar.

¿Por qué en vez de despedir empleados no crea el gobierno de Ortega los miles de empleos que prometió durante su campaña electoral? ¿Dónde quedó el “cero desempleo” del eslogan? No hay que engañarse. Unidad y reconciliación en lenguaje orteguista significa aceptación incondicional, obediencia absoluta, sometimiento. Esto explica por qué los medios de comunicación independientes están y seguirán estando en la mira de este gobierno autoritario y esquizofrénico, cuyo titular un día sonríe ante las cámaras de televisión y otro echa fuego por las narices, dejando al descubierto que en su persona sigue presente la vieja levadura o, en palabras de T. S. Eliot, en su persona no se han disminuido para nada las huellas del pecado original y, por lo tanto, no hay en él verdadera cultura. El autoritarismo aún está allí y asimismo la soberbia y estos dos vicios de su carácter asoman el rostro cuando su pasión se enciende y habla con el corazón, pues como dijo el fundador del cristianismo, “de la abundancia del corazón habla la boca”.

El Daniel Ortega del discurso del sábado 24 de febrero en Monimbó, Masaya, es el verdadero, ese es el Ortega esencial, el que atropella y ultraja el Estado de Derecho y todo lo que represente un control. El gobierno de Ortega no es una ruptura con el pasado sino su continuidad. Los que creen lo contrario, como don Quijote se van a estrellar en las aspas de los molinos de la realidad. No se terminó con el nepotismo ni el clientelismo ni con ninguno de los “ismos” criticados en el pasado. Sólo ha habido un cambio de director de orquesta… y de músicos. Lo que debemos preservar y defender es la institucionalidad y la ley. Con estas cosas hay que asumir un compromiso moral. Los intelectuales de todos los colores políticos tienen un importante papel que jugar por su resistente capacidad de duda y de crítica."

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