domingo, febrero 25, 2007

CARTA A USTED. JOSÉ ANGEL BUESA.





Señora, según dicen tiene usted otro amante,
lástima que la prisa nunca sea elegante.
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa
se resigne a ser viuda sin haber sido esposa.

Y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas, sus goces y su lecho;
pero el amor, señora, cuando llega el olvido,
también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón... si es que la hiere mi reproche... Perdón;
aunque sé que la herida no es en el corazón.
Y para perdonarme... piense si hay más despecho
que en lo que yo le digo, en lo que usted ha hecho.

Pues sepa que una dama con la espalda desnuda,
sin luto en una fiesta, puede ser una viuda;
pero no, como tantas, de un difunto señor,
sino para ella sola, viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, recuerde, fue un amor diferente,
al menos al principio; ya no, naturalmente.
Usted será el crepúsculo a la orilla del mar,
que según quien lo mire será hermoso o vulgar.

Usted será la flor que según quien la corta,
es algo que no muere o es algo que no importa.
O acaso cierta noche de amor y de locura
yo vivía un ensueño... y usted una aventura.

Sí, usted juró cien veces ser para siempre mía,
yo besaba sus labios, pero no lo creía.
Usted sabe, y perdóneme, que en ese juramento
influye demasiado la dirección del viento.

Por eso no me extraña que ya tenga otro amante
a quien quizás le jure lo mismo en este instante.
Y como usted señora ya aprendió a ser infiel,
a mí, así, de repente, me da pena por él.

Sí, es cierto... alguna noche su puerta estuvo abierta,
y yo en otra ventana me olvidé de su puerta.
O una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida.

Y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso bebiendo en la corriente.
Sin embargo, señora..., yo, con sed o sin sed,
nunca pensaba en otra... si la besaba a usted.

Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas,
pero ni los rosales dan solamente rosas.
Y no digo estas cosas por usted ni por mí,
sino por los amores que terminan así.

Pero vea, señora,... qué diferencia había
entre usted que lloraba... y yo que sonreía.
Pues nuestro amor concluye con finales diversos,
usted besando a otro..., yo escribiendo estos versos.

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