martes, mayo 04, 2010

Por: Moisés Absalón PastoLA INDUSTRIA DE LAS TARJETAS DE CREDITO.

Una de las particularidades insoslayables en la competencia bancaria, sea ésta privada o estatal, aunque con más acento entre los primeros, es sin duda la tarjeta de crédito. De estas existen en diferentes rangos y modalidades para satisfacer los gustos más exigentes, partiendo claro de la capacidad de ingresos de cada quién. La introducción de las mismas comenzó allá por los años setenta. En aquel tiempo la lógica desconfianza de un mercado que desconocía el sistema su operativo impidió su masiva invasión hasta que en 1979 vino lo que vino y por supuesto desaparecieron porque entonces eran productos de la sociedad burguesa y capitalista y así quedó limitada a la circulación de una doméstica Credomatic que no se aceptaba en cualquier parte, no tenía validez internacional y quienes la portaban eran privilegiados que en la inmensa pobreza eran por lo general los dirigentes de la llamada revolución o gentes de las pocas que existieron que tenían algún recurso, pues los requisitos para adquirirla eran sumamente serios, pues los Pellas que monopolizaron el negocio tampoco iban a ser dundos para exponerse a la quiebra.

Iniciada la década de los noventa cuando el Sistema Financiero Nacional desapareció para dar paso a la banca privada las tarjetas de Crédito, ya no solo Credomatic, sino que Master Card, Visa, Discovery y otras comenzaron a introducirse otra vez con mucha timidez pero con la validez y el respaldo necesario para usarlas internacionalmente y desde entonces ha sido un negocio tan boyante que ahora se reparten como agua en cualquier esquina.

Ahora los requisitos no son tan estrictos. Llenado el formulario de solicitud la aceptación para el tarjeta habiente es casi automática. En ese sentido el cuadro económico de quien la requiere ya no es tan importante y hasta aquellos que tienen ingresos del hasta menos de los 1,500 córdobas mensuales, pueden tener su tarjeta. Antes el respaldo de un fiador solidario era elemental pero esa voracidad de endeudar a los incautos por parte de los bancos hizo a un lado ese requisito y ahora las dan como naipes.

Lo anterior dejémoslo como introducción al tema y partamos de que no está mal que existan las tarjetas de crédito. Después de todo quiénes las usamos ya hemos salido de algunas emergencias gracias a ellas. Sin embargo sabiendo que transitamos en una sociedad de consumo, aspecto por demás progresivo, debemos tener mucho cuidado con el uso de las tarjetas de crédito ante la inexistencia de una ley que las regule y ante la aceptación nuestra a la hora de adquirirlas cuando firmamos el contrato pues de todas formas si algo no nos parece eso no está sujeto a discusión simplemente optamos por una de dos alternativas; o sí o no.

El asunto es que las tarjetas de crédito nos pueden salvar o nos pueden hundir de acuerdo al criterio que les apliquemos. Los que las expiden no tienen ningún problema porque nunca perderán nada pues de previo a cualquier contratación están asegurados. Los que pueden o podemos tener problemas somos quienes las usamos para financiarnos, atraídos por los pagos mínimos sobre los cuales hay que tener una disciplina y control absoluto para no montarnos sobre ellos creyendo que de alguna forma con la cuota mensual estamos amortizando la deuda principal sin saber que lo que mayormente pagamos son intereses.

Los Bancos, tiendas o empresas en Nicaragua que expiden tarjetas de crédito, sean éstas privadas o nacionales, viven como en cualquier otra parte del mundo de los intereses, con la diferencia de que aquí se añade el deslizamiento de la moneda, el manejo de la cuenta, intereses por mora y a otros rubros que hacen difícil cancelar la deuda una vez que ésta ha llegado al límite. Por encima de eso año con año nos obligan a pagar la renovación de las tarjetas de Crédito con la certeza de que en el cobro nos vendrán reflejados los 500 o 600 córdobas, 35 o 45 dólares, para el pago de la misma cuando a ellos no les cuesta ni el dólar cincuenta la confección de la tarjeta y a eso llamo yo un negocio redondo a costa de los miles de usuarios pues mientras para nosotros es un cúmulo más al detalle de la facturación, para ellos es una millonada de Córdobas sin esfuerzo alguno que solo trasladan digitalmente al centro madre de la red computarizada y creo que en ese sentido deberían al menos tener algunas consideraciones para los tarjeta habientes antiguos que han mantenido una tradición de pago impecable. Sin embargo eso difícilmente está calculado en los números fríos de los banqueros.

Otro aspecto ingrato de los Bancos que nos la ponen de oro para que caigamos en la trampa de las tarjetas es lo que hacen con los fiadores. Los fiadores son firmas solidarias que muchas veces se estampan para certificar la honradez de una persona que desea un crédito, pero muchas veces ocurre que la confianza se traiciona y los que vinieron a pedirnos un favor se irresponsabilizan, no cumplen con sus obligaciones y al final terminan dejando en la calle al que le extendió la mano o en otros casos los mandan a la cárcel.

Esto por supuesto no es nuevo. Yo entiendo que si avalo a una persona con mi firma para que se le otorgue un crédito es porque creo en ella y si me traiciona o me queda mal no hay más que pagar el riesgo que tomé estampando mi rubrica, porque también pude haberme negado a ello y de eso estoy claro. Sin embargo sé de un caso sucedido a un gran amigo que se las vio de a palito, no tanto por la puñalada que le propinó el ingrato que un día le pidió ser su fiador, sino por la irresponsabilidad de la empresa que expidió al solicitante la tarjeta de crédito. Esta empresa que por hoy no mencionaré nunca comunicó al fiador del tarjeta habiente que la Visa en uso de éste permanecía sobregirada y que los abonos no eran consecuentes con la mora acumulada y la misma empresa, que bien pudo monitorear con otras similares a ella el comportamiento de pago de quien hacia derroche con el crédito, no solo se quedó callada, sino que además en un acto de suma irresponsabilidad hasta le subió el límite de crédito de dos mil a cinco mil dólares, pues al fin y al cabo quien expedía sabía perfectamente que o pagaba el que derrochaba o pagaba el pobre fiador que estaba con sus orejas frías.

Por supuesto el verdadero deudor, un delincuente, dicen que se fue del país y la víctima el fiador que nunca supo nada, porque jamás lo llamaron anduvo con una mano atrás y otra adelante tratando de resolver semejante perno y es ahí donde uno se pregunta quien defiende ante estas cosas, porque la Asamblea Nacional no legisla en función del tarjeta habiente, porque cuando se quiso hace unos años cristalizar un intento en ese sentido echaron pie atrás si claramente cosas como éstas y otras son un abuso descarado que debería ser perseguido de oficio sobre todo en un país como el nuestro.

Como dije al comienzo las tarjetas de crédito no son malas porque salvan, pero lo que sí definitivamente está mal es el sistema y tan malo que ahora ciertas casas comerciales y hasta restaurantes aceptan tarjetas de crédito siempre y cuando uno permita que sobre la facturación neta de lo que se compre o consuma se añada el cobro de un 6% que no es otra cosa que el cobro que hacen los bancos a esos restaurantes o centros comerciales, que al verse esquilmados afectan también al cliente y así la cadena se vuelve un verdadero chorizo.

Nuestra reflexión entonces va dirigida a todo ciudadano que sea usuario de las tarjetas de crédito y más aquellos que por vanidad, fachentada o hasta ignorancia creen que entre más tarjetas tiene más importante son, pues sé de algunos que hasta se empinan cuando orgullosamente nos muestran las enormes ristras de Visas, Master Card, Credomatic u otras. Eso no los hace más importantes, los hace más deudores y los únicos que sacan ganancias de ello son los bancos que las extienden.

POR NICARAGUA CUESTE LO QUE CUESTE ASI PENSAMOS EN EL MOMENTO.

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Moises Absalon Pastora

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