lunes, octubre 18, 2010

LA PALABRA. Moisés Absalón Pastora.

Este mes de Octubre se cumplen 16 años que Orión Elpidio Pastora, Tío adorado de éste quien suscribe, hombre bohemio, diletante y querido por tanta gente, partió hacia confines donde sin duda sigue disertando alrededor de la filosofía de la vida aunque desde el reposo de la muerte. Orión Elpidio quien fuera periodista, literato y hombre de exquisito verbo, semanas antes de adelantarse a lo inexorable y al agradecer un merecido homenaje que se le realizaba en vida, frente a la despedida que le hacían sus amigos y colegas, ofreció seguramente el mejor de sus discursos para destacar el valor y el peso específico de la palabra.

Orión Elpidio en aquella ocasión, consciente que estaba a pocos días de emprender el viaje sin retorno, primero entregó su dolor para que aquellos que lo tuvieran no lo sufrieran tanto y para que aquellos que no lo tuvieran jamás lo sufrieran y así se entregó ante la Virgen María ante la cual dijo había vivido y consumado su vida. Ese testimonio espiritual que sumergió a todos los presentes, lo más granado del periodismo nicaragüense, en la exploración sincera de sus actos, fue el marco referencial para adentrarse en el tema de la palabra, de su significado, de su poder y de su valor.

Orión Elpidio fue un patriota místico hasta el último momento de su vida. Fue un analista profundo de la realidad de su país y desde la visión de una Nicaragua libre con la que soñaba nos legó desde la majestad de su último mensaje que la palabra no era propiamente la acentuación fonética pronunciada desde las cuerdas vocales sino la ruptura del silencio y la vestimenta moral de nuestros actos.

Viene a mi memoria aquel discurso antológico de Orión Elpidio porque es necesario rescatar el valor de la palabra en la actual coyuntura que vive el país. Nuestra desesperada sociedad tristemente reclama compasión por la tragedia que vive. Demanda de nuestro mundo político conferir a la palabra su peso específico para que ella sea verdad y no máscara en el teatro de la mentira.

La palabra es la primera víctima de la crisis que vivimos porque todo es engaño, fraude, infundios, argumentos estériles, pánico y deseos de huida hacia otros estadios donde habite la ilusión, la esperanza y no lo que trágicamente nos ofrece la borrachera de un poder corrompido por la demagogia populista y sus paniaguados.

Por eso, enfrentar la adversidad es enfrentar, antes que ninguna otra cosa, la propia palabra. Es retomar su poder creador. Es hablar comprometidamente con la verdad y ofrecer lo posible no lo irrealizable. Por eso, cuando decimos que alguien rompió su palabra, sentimos desgarro e incomprensión. La palabra se rompe porque en el acto de traicionarla oímos cómo se quiebra la razón, como muere el significado con el que intentamos ordenar nuestro mundo y dar sentido a nuestra existencia. Cada palabra que se rompe es un mundo que se destruye. La palabra rota no esteriliza sólo nuestro mundo, sino nuestro futuro.

En Nicaragua la palabra es letra muerta. Vivimos una permanente mentira. Aquellos que se disfrazan de políticos, que alcanzaron posiciones cimeras de poder porque ofrecieron ser soldados de la libertad y la democracia, hoy se revuelcan en la misma cama y comen en el mismo plato de los esclavistas y los dictadores que nos oprimen. Estos que ya no tienen vergüenza son asalariados públicos del partido gobernante y mientras ellos estén bien no les importa que los demás estén mal. Se exhiben públicamente y frente a las cámaras que los cuestionan responden con absoluto descaro que todo lo que han hecho es por patriotismo, por amor a Nicaragua y por el bienestar de nuestro pueblo, mientras a sus curules llega una y otra vez el jefe de la bancada oficialista a darles las órdenes en qué sentido votar a cambio de cañonazos cuyo silbido rasante nos saturan los tímpanos.

Muchísimos hombres de cabello cano, octogenarios que todavía sobreviven, se ríen de los compromisos escritos de los nuevos tiempos. Antes la palabra era la palabra. Bastaba un apretón de mano para certificar un compromiso con el honor. Hoy mercaderes y comerciantes del destino de los nicaragüenses únicamente son capaces de sostener su “palabra” ante quienes son capaces de pagarles en monedas, en especies o favores. No hay ética, no hay principios, no hay respeto, no hay valores, no hay auto estima, solo intereses por el bienestar personal y por el status quo que de todas formas algún día se les terminará.

La traición a la palabra dada es la madre de todas las traiciones. Desde el punto de vista del lenguaje gestual, la palabra dada sólo puede ser acompañada por un apretón de manos, que es o debería ser lo contrario del beso mafioso. Aceptemos el riesgo y la ingenuidad de la nostalgia, y recordemos que, cuando nuestros abuelos daban su palabra, ya fuera en nombre de una convicción o por una deuda material, ese don tenía más fuerza que un contrato suscrito puño y letra.

Tener palabra es tener criterio. Es crear una imagen de respeto y de admiración por la consistencia de los principios y fundamentos que decimos tener. Tener palabra es construir desde nuestro pensamiento puentes lógicos de entendimiento porque la negación de la palabra es el obstáculo y el insulto contra la inteligencia.

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