jueves, enero 29, 2009

'Me tracé un plan desde joven'

A los 89 años, Concepción Torres obtiene en la UNAM Doctorado en Ciencias

CIUDAD DE MÉXICO.- Se requiere tenacidad y locura "de la buena" para hacer lo que Concepción Torres: llegar a los 89 años con ánimos de estudiar un doctorado y titularse.

"¿Cómo que a su edad va a andar estudiando? Usted mejor dedíquese a disfrutar de la vida", le dijo hace dos años su hijo Rafael Antuñano Torres, cuando ella le dio a su familia la noticia de que pensaba concluir sus estudios.

Ayer fue aprobada al presentar en la UNAM su examen recepcional para obtener el Doctorado en Ciencias, con la tesis "Enseñanza de la Biología en la Educación Media Superior".

"Yo quería, en realidad, terminar un ciclo de mi vida. Me había trazado un plan desde joven; lo trunqué por enfermedad, y si yo había comenzado algo era necesario terminarlo.

No podía, no quería morirme sin haber terminado eso", comentó en su casa, en Naucalpan, un par de días antes de la prueba. Sentada en la sala, entre caracoles de diferentes partes del mundo y con las manos escondidas en las mangas del suéter, señaló que siempre ha sido inquieta.

Y como para probarlo se levantó del sillón y caminó muy despacio hacia las escaleras, invadidas por sus plantas. Ya en el sótano de la casa, abrió la puerta del estudio.

En la pared hay tres títulos enmarcados: Licenciada en Química Farmacéutica, Licenciada en Biología y Maestra en Ciencias. En el escritorio reposa un muñeco de cuando era niña.

Y la historia comenzó. Hija única de un ingeniero y una ama de casa, y rebelde a las costumbres de la época, que veían en la primaria la frontera educativa para las mujeres.

"De niña siempre quise ser ingeniero, como mi papá", indicó, pero él no la imaginaba trepada en andamios con puros hombres y fue por ello a los salones de la Universidad Libre Mexicana.

A los 26 años se estrenó como maestra de Biología en la Escuela Nacional Preparatoria. Treinta años después llegó al Colegio de Bachilleres, que dejó a los 74 años.

Fue en la primera donde conoció a una compañera, egresada de Biología, y se le antojó manipular microscopios, analizar protozoarios, leer a Mendel y sus leyes de genética, y se metió a estudiar.

Luego vino la Maestría en Biología, y cuando abandonó las clases inició el Doctorado. Tenía unos 79 años, recuerda, pero los males de la edad le impidieron concluir los estudios.

-¿Por qué le gustó dar clases? - Era bonito acompañar a los estudiantes en su crecimiento. Son como las plantas. Si uno no tiene la vocación no va a ser buen profesionista, creo que no puede dar nada de usted en una carrera que no le guste.

-¿Cómo supo decir "hasta aquí" para dejar de dar clases? - En la preparatoria hubo un maestro que se murió dormido porque no quiso jubilarse nunca.

Se dormía en el salón y ahí murió, dormido. Creo que le dio un infarto y ahí quedó. Yo jamás me quedé dormida: uno debe tener carácter para retirarse. Con todo y la necedad propia de los aries, reconoció, se retiró cuando se dio cuenta que le dolía el cuello, las piernas, el corazón.

Con la misma firmeza rechazó que se le tomara una fotografía. "Hasta el día de la fiesta, ya cuando haya ido al salón a que me peinen", exigió. De sus compañeros ninguno le sobrevive.

Hace dos años le dieron la noticia de que una de ellas murió. Concepción se siente enferma, pero "gracias a Dios, con el pensamiento normal": cuerda y con memoria.

Para demostrarlo contó el primer recuerdo de su vida. Tenía cinco años y su mamá la había llevado al circo. Al terminar la función, fueron a ver los animales.

Un elefante estiró la trompa, la jaló de las piernas, la giró y la trepó en su lomo, como a las artistas del circo. Concepción le sobrevive a su marido Rafael Antuñano, quien murió hace 4 años y con quien duró 65 de casada.

Tiene 3 hijos, 15 nietos -una de ellas murió- y un bisnieto. Todos están incluidos en la dedicatoria de su tesis: "luchen siempre por alcanzar sus anhelos".

- Hay jóvenes que aunque quieran no pueden alcanzarlos, por ejemplo no tienen acceso a la universidad. - Sí. Sólo les quedan las escuelas particulares y el dinero no alcanza, es un problema muy grande.

Como también lo es el abandono de los ancianos. Ella se sabe afortunada y dice que por eso, cuando maestra, trató de heredarles cierto respeto a sus alumnos con lo que hacen, con sus sueños.

Concepción reclama su tiempo. Subió las escaleras, recogiendo el poco tiradero que salta a su paso. Acomodó el teléfono, movió la toalla, pidió a la muchacha ir por el vendedor de flores.

Sus manos salieron de las mangas del suéter y abrieron la puerta. Antes de la despedida, una última duda. - El viernes termina ese ciclo de su vida con el doctorado, ¿cuál sigue ahora? -Ya ninguno, ya sólo esperar cuál es mi fin de la vida.

Su hijo Rafael, que hace dos años no entendía la insistencia de su madre de concluir su doctorado a los 89 años de edad, sólo atina a decir ahora: "Ella es una demostración de vida".

(Daniela Rea/Agencia Reforma)

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