jueves, marzo 05, 2009
¿¿DE QUÉ VIVE UN LÍDER CHARRO??
Carlos de Buen
5/03/09
El 18 de febrero, el Presidente Felipe Calderón fue anfitrión de lo más granado del sindicalismo charro de nuestro país, con motivo del relevo en la Presidencia del Congreso del Trabajo (CT), institución creada por el PRI en 1966 para dar cabida a las organizaciones obreras que seguían las reglas del Partido y del gobierno, sin ser parte de la CTM, que formalmente constituye su sector obrero.
Los medios dieron cuenta del desfile de autos de lujo por la residencia oficial de los Pinos, del reloj de 70,000 dólares de Joaquín Gamboa Pascoe, líder de la CTM y ahora también del CT, del que portó el prócer de los ferrocarrileros Víctor Flores, que apenas supera los 50,000 dólares, finísimos casimires y otros insultantes lujos. Tan solo para pagar el reloj de don Joaquín se necesitan más de 50 años de salario mínimo, nada mal para quien ofreció a su “valiente y viril” Presidente, el apoyo de los obreros en la crisis, aunque se queden con “la tripa a medio comer”.
Al tomar la protesta a Gamboa Pascoe, Calderón confirmó el aval de su gobierno al sindicalismo corporativo del PRI, con el que tan bien se ha entendido el PAN en los últimos ocho años, en una traición reiterada a sus principios que ya no sorprende a nadie.
Seis días después se celebró la asamblea general ordinaria de la CTM y aunque no estaba en la orden del día y las elecciones tendrían que efectuarse dentro de un año, a partir de una “espontánea” propuesta, Gamboa fue reelecto por seis años más, amarrando así la secretaría general hasta el 2016 o hasta que la muerte lo separe, como suele ocurrir en la Central. Me parece que la reelección no es aún oficial, pero no hace ninguna falta oficializarla.
En el edificio de la CTM, lejos de las formalidades de Los Pinos, los elegantes trajes y corbatas de los líderes contrastaron con los bikinis de las bailarinas que amenizaron el evento, ciertamente breves, pero no tanto como los salarios. Supongo que las habrán contratado por tiempo determinado, a través de alguna compañía prestadora de servicios o outsourcing, como le llaman sus promotores de la Secretaría del Trabajo.
Los reporteros cuestionaron a Gamboa Pascoe sobre los lujos que se dan los líderes y más en estos tiempos de crisis, pero don Joaquín, sin perder el estilo, aclaró que ni él ni la CTM reciben cuota alguna de los trabajadores, sino de las federaciones y sindicatos afiliados. Suponemos que los dirigentes de las federaciones harán eco de la sabiduría del líder mayor y dirán que tampoco cobran cuotas a los trabajadores, sino a los sindicatos. Resta entonces preguntarnos de dónde obtienen éstos sus ingresos.
Por principio de cuentas no tiene por qué apenar a un líder que su salario provenga de las cuotas de los trabajadores, pues se supone que su labor a favor de ellos justifica sus emolumentos, sin que ello esté reñido con un nivel de vida decoroso, lo que obviamente no concuerda con la asquerosa ostentación de los charros.
Por cierto, el apelativo de “charro” surgió en 1948, por causa de otro líder ferrocarrilero, Jesús Díaz de León, quien era charro o al menos vestía como tal. Este sujeto traicionó al gremio (al ferrocarrilero, pero también al de los charros), al subordinar sus intereses a los del gobierno de Miguel Alemán, en contra de los líderes legítimos como Luis Gómez Z. y Valentín Campa, que acabaron en prisión. En realidad, sólo aportó su apodo, pues los líderes charros siempre han existido en el sindicalismo mexicano. Tristemente, los auténticos han sido siempre excepcionales y son precisamente los que viven de las cuotas de los afiliados.
Yo diría que hay dos tipos de dirigentes “charros”. Por un lado, los que conducen sindicatos poderosos, normalmente de empresas paraestatales, que sirven al gobierno en turno. El trato incluye buenas prestaciones para los trabajadores y mucho dinero para los líderes, en parte a través de las cuotas sindicales, pero sobre todo mediante la transferencia directa de recursos, de los que nadie rinde cuentas.
Del otro lado están los que negocian con sindicatos “blancos” al servicio del patrón, con quien simulan contratos colectivos que no representan ningún beneficio para los trabajadores y que cuentan con la complicidad de las autoridades, que nunca ponen en tela de juicio los procesos internos de elección de los dirigentes y les expiden rápidamente las “tomas de nota”, para no interrumpir tan lucrativo negocio.
Los “contratos de protección” conforman la inmensa mayoría de los contratos colectivos registrados en nuestro país y los trabajadores ni siquiera saben que están en un sindicato. Por ello no se descuentan cuotas sindicales y los ingresos de los líderes provienen directamente de los patrones, aunque muchas veces los comparten con los abogados de las empresas, que son quienes les consiguen el negocio. Los funcionarios de las juntas de conciliación y arbitraje reciben sus “propinas” con agrado. Es un mercado grande y generoso.
Pero estos mismos líderes suelen conducir también negociaciones reales, aunque casi nunca lo son del todo, pues normalmente las precede el acuerdo al que llegaron con el patrón en un buen restaurante. Estos contratos tienen prestaciones adicionales a las legales, algunas de las cuales son para los trabajadores como las despenas y los fondos de ahorro, pero otras se quedan en las arcas sindicales, como las ayudas para actividades culturales y deportivas que jamás tienen lugar; la renta de un local sindical que no existe; algún pago para “difusión sindical” que nunca se sabe de qué se trata; los “gastos de revisión”, que es una bonita forma de llamar a la gratificación para el líder; más uno que otro regalito que según sus gustos y el tamaño de la empresa, puede llegar a tener carátula de oro, ocho cilindros, motor fuera de borda o hasta vista al mar.
Dice Gamboa Pascoe que le da pena reconocer que algunos sindicatos de la CTM apenas le pagan 100 pesos al año. Supongo que el resto será en especie.
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