lunes, agosto 06, 2012

DICCIONARIO DE LA CHINGADA


La chingada, según el Diccionario de Modismos Mexicanos (Porrúa, 2011), es “un espacio simbólico funesto y calamitoso”. El autor de este compendio de voces populares, Jorge García Robles, añade durante una conversación a mediodía en una terraza de Ciudad de México que es “un sustantivo abstracto que no refiere a algo concreto, sino al mal en sí mismo”. Cree que es el modismo más característico de México. En el diccionario aparece un ejemplo de un libro del poeta Salvador Novo: “Mandemos pues, henchidos de respeto/ a don Ignacio Ramírez al carajo y/ a la chingada a don Guillermo Prieto”.
Un bolero (“el que da bola, el que lustra los zapatos”) interrumpe la charla.
–Limpio la gamuza en seco, güero.
La gamuza son los zapatos de piel del periodista, que a su vez es güero: en el diccionario, “blanco y/o de pelo rubio”. Se piensa que la palabra puede venir del castellano antiguo huero (vacío) o del color de la yema de un huevo podrido. Lo segundo no es agradable. Sin embargo, decirle a alguien güero, como se explica en el libro, tiene una connotación “afectiva y hasta reverencial”. García Robles, hijo de un británico y una mexicana, dice que los modismos son un espejo del clasismo racista de su país.
Lo más ofensivo que ha concebido el lenguaje popular para los blancos de clase alta es la palabra fresa, que además no salió de las clases bajas sino del desprecio de los jóvenes rebeldes de los sesenta a los jóvenes conservadores. Pero para la gente humilde y morena hay modismos agresivos como naco–“Persona corriente, de poca educación, grosera”–, que al parecer nació en los cincuenta como un insulto a los indígenas que llegaban a trabajar a las ciudades, o tepocate –“de piel morena, inferior socialmente”–, de tepocatl (renacuajo), una palabra de la lengua nativa náhuatl.
Otra herencia histórica es el abuso de los diminutivos, especialmente en la capital. “Aquí la convivencia es de pleitesía desde tiempos de la colonia”, cuenta García Robles; “hay una agresividad contenida, no sé si lo vibras”. En México a alguien que pide una cosa se le dice permítame tantito para que espere, y no es extraño que se ruegue comprensión por la espera con un tierno no sea malito,posiblemente acompañado de un porfis.
Nota: vibra significa lo mismo que onda: “Frecuencia, sintonía, estado de ánimo, espacio de compatibilidad”.
García Robles empezó a recoger modismos cuando escribió Qué transa con las bandas, un libro sobre las pandillas urbanas de los años ochenta que nació de su experiencia de profesor de literatura en un reclusorio de menores. Recuerda la palabra achicalar –“untar dulce” o “matar a alguien”–.
Un par de días después le pregunto por más términos a un amigo que fue pandillero, o chavo banda como dice él, siempre sin preposición. Sabe expresiones como a qué huevos te amparas –cuando se le pregunta a alguien con qué razón hace o dice algo–, qué pedo te gorgorea –que sería un simple cómo estás, o pinches mamadas –en sus palabras: “Cuando unos güeyes están hablando puras mamadas”.
Nota sobre dos palabras omnipresentes: la palabra güey, que en España sería tío,deriva de buey, y chavo, que significa "niño, menor de edad o simplemente joven", es cortesía de los gitanos españoles que llegaron a México a finales del siglo XIX. Chabó, decían ellos para referirse a un niño, según se explica en el diccionario. Los gitanos también obsequiaron a México con la matriz de lachingada, el verbo chingar: "Molestar, fastidiar", del gitano español cingarar ochingarar, "pelear, reñir".
El origen de muchos otros modismos mexicanos ha sido imposible de identificar hasta ahora. Por ejemplo, la palabra mariguana (con ge, como se escribe en México) ocupa una larga parrafada en el diccionario de García Robles, pero no se concreta de dónde salió.
Nos contentamos con dos anécdotas sobre esta droga que menciona el escritor y compilador de modismos durante la entrevista: una, que Valle-Inclán, en 1921, viajó de México a España con una silla de obispo rellena de marihuana, y otra, los hábitos que mantenía de viejo el novelista beatnik William Burrroughs, a quién visitó varias veces en su casa del Estado de Kansas: "En las mañanas solo consumía cigarrillos mientras escribía o pintaba con mucha disciplina. Después comía: carnes, verduras, cosas sanas. Y por la tarde fumaba mariguana y bebía vodka con coca-cola".
Jorge García Robles es autor de La bala perdida (Ediciones del Milenio, 1996), un libro sobre la vida de Burroughs en Ciudad de México, donde estuvo de 1949 a 1952. A pocas manzanas (cuadras en México) de la terraza donde él habla mientras chupa un purito apagado –cada uno le dura una semana– está la casa en la que el escritor estadounidense le pegó un tiro a su mujer Jane, al parecer tratando de acertarle a un vaso que ella se puso sobre la cabeza. Otro beat para el que México fue una desgracia, según recuerda García Robles, fue Neal Cassady. "Estaba en una boda en San Miguel de Allende, se cruzó y apareció muerto junto a las vías del tren".
Última nota. Cruzarse: "Ingerir varias drogas, etílicas o de otro tipo, al mismo tiempo y no controlar su efecto".
Antes de despedirnos, le pido a Jorge García Robles que escriba un modismo que le guste y pose con él para hacerle un retrato. Escribe tres palabras con una pluma negra. El trazo le queda demasiado fino y lo repasa por encima. Es una expresión que define, según el, la situación de México. Está para llorar: "Se dice para juzgar que algo o alguien está muy mal; sin. lamentable"O sea, que está de la chingada.

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