jueves, enero 13, 2011

B A B E L

Me asombra la increíble incapacidad de los hombres para ser felices juntos. Para escucharse, comprenderse, amarse.

La prensa, la televisión y la radio proporcionan a diario una dosis casi mortal de guerra, violencia, homicidios, estupideces, espectáculos insensatos. Nos ahogan. Las conferencias, los anuncios, las protestas, las manifestaciones, no parecen hechos capaces de mejorar el mutuo entendimiento.

A su modo, cada uno pretende ser un mantenedor de la paz, un profeta de un mundo mejor. Nadie, sin embargo, parece dispuesto a "perdonar", a "hacer las paces". Nadie parece decidido a corregirse a sí mismo. Todo el mundo quiere comenzar por los demás. Todo el mundo quiere juzgar, acusar, encontrar responsables.

Estamos en Babel. Estamos poseídos del espíritu de Babel, espíritu de confusión, de demolición, de turbación. ¿Por qué no probamos, aunque sólo sea una vez, a hacer en nosotros un poco de silencio para buscar el Espíritu de la luz, el Espíritu de Dios, el Espíritu del Amor? Si Él comienza a habitar y a trabajar en nuestro corazón, recogeremos también los frutos. Son frutos deliciosos. Se llaman: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, dulzura y sencillez.

Aprender a ser felices

Me parece que la primera cosa que tendríamos que enseñar a todo hombre que llega a la adolescencia es que los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia.

Que no es cierto, como muchos piensan, que la dicha pueda encontrarse como se encuentra por la calle una moneda que pueda tocar como una lotería, sino que es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa.

Habría también que enseñarles que la felicidad nunca es completa en este mundo, pero que, aun así, hay raciones más que suficientes de alegría para llenar una vida de jugo y de entusiasmo y que una de las claves está precisamente en no renunciar o ignorar los trozos de felicidad que poseemos por pasarse la vida soñando o esperando la felicidad entera.

Sería también necesario decirles que no hay «recetas» para la felicidad, porque, en primer lugar, no hay una sola, sino muchas felicidades y que cada hombre debe construir la suya, que puede ser muy diferente de la de sus vecinos. Y porque, en segundo lugar, una de las claves para ser felices está en descubrir «qué» clase de felicidad es la mía propia. Añadir después que, aunque no haya recetas infalibles, sí hay una serie de caminos por los que, con certeza, se puede caminar hacia ella.

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