lunes, marzo 17, 2008

BASURA Y ESTUPIDEZ INFINITA EN NICARAGUA.

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Ni siquiera las personas más antisandinistas podían esperar que el nuevo gobierno de Daniel Ortega fuese tan irresponsable, como para poner en grave peligro la salud del millón doscientas mil personas que habitan en Managua, sólo por capricho y por un pleito político intestino.

En realidad, hasta los peores gobernantes, en cualquier país del mundo, se preocupan a su modo por resolver los problemas sociales o al menos por no agravar los existentes. Y si los causan o los empeoran, no es porque quieran hacerlo, sino porque sus políticas erradas conducen inevitablemente a eso. Inclusive, los dictadores siempre se han vanagloriado de que suplen la falta de libertades y derechos con el progreso de sus pueblos. Pero que intencionalmente el gobernante provoque deliberadamente un problema, como el que sufre actualmente la población de Managua por el pleito en el basurero de La Chureca, es algo insólito que sólo puede ocurrir en Nicaragua y con un gobernante como el que hay ahora.

En sí mismo el problema de La Chureca no es difícil de entender. Se trata de que de las 1,200 toneladas de basura que se recogen todos los días, gran parte es reciclable y produce unos veinte millones de dólares cada año, equivalentes a cuatrocientos millones de córdobas. El negocio es de los intermediarios de la basura reciclable, de las empresas chatarreras y de los exportadores del material reciclado o reciclable. Pero también produce un magro beneficio económico a los trabajadores de la Alcaldía que recolectan y trasladan la basura a La Chureca, así como a los churequeros, o sea las personas que en el mismo basurero buscan, seleccionan y realizan los desechos reciclables. Y, como es fácil comprender, a los churequeros les molesta que los recolectores de basura —que son empleados de la Alcaldía y reciben salarios y prestaciones sociales—, se queden con la mayor parte de la basura reciclable y que les dejen a ellos lo menos aprovechable.

Esta contradicción fue aparentemente resuelta, según demostró el alcalde sandinista Dionisio Marenco en un canal de televisión, mediante un acuerdo que suscribieron el 6 de marzo corriente los representantes de los recolectores de basura y de los churequeros, para repartirse equitativamente la basura reciclable. Sin embargo, inmediatamente después, los churequeros, según el Alcalde de Managua por una manipulación política gubernamental, desconocieron el acuerdo y comenzaron a exigir que toda la basura reciclable tiene que ser para ellos. Y en respaldo de esa exigencia han impedido por la fuerza y con amenazas de violencia, el ingreso a La Chureca de los camiones cargados de basura.

El resultado es una dantesca acumulación de basura y podredumbre que ha inundado a la ciudad y amenaza gravemente la salud de más de un millón de personas que viven en Managua. El alcalde Dionisio Marenco, asegura que ha comenzado a resolver el problema enviando parte de la basura a lugares cercanos a la capital. Pero la verdad es que la suciedad permanece en las calles de Managua, atentando contra toda la gente de la ciudad, incluidos militantes y simpatizantes sandinistas. Y si es cierto que, como dice el Alcalde, el problema ha sido artificialmente creado por una manipulación política del mismo gobierno sandinista, no cabe ninguna duda de que se trata de un hecho criminal.

Supuestamente la manipulación del problema de la basura se debe a que los rivales de Marenco en el FSLN quieren perjudicar su imagen, incluso obligarlo a renunciar. Pero, repetimos, es criminal atentar contra la salud de la gente por un pleito entre sandinistas. Del mismo modo, políticamente es absurdo perjudicar deliberadamente a una población a la que al mismo tiempo se le pide sus votos para seguir controlando el poder central y municipal. En realidad, la única explicación posible a esto es la que el mismo Marenco sugirió en un canal de televisión, cuando citó al genial Albert Einstein que dijo: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Pero del Universo no estoy seguro”. A lo cual habría que agregar que tampoco la perversidad tiene límites y que seguramente los políticos como Daniel Ortega creen lo que dijo Adolfo Hitler, que es una suerte para los gobernantes que los hombres no piensen.

Pero se equivocan absolutamente. La gente piensa y los castiga en cuanto puede. Y a Daniel Ortega la gente lo volverá a castigar muy pronto en las urnas electorales. Hay que confiar en eso.

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