domingo, agosto 10, 2008

30 MINUTOS DE TERROR SECUESTRADA EN UN TAXI. Y AÚN DUDAN DE APLICAR LA PENA CAPITAL...

30 minutos de terror: secuestrada en un taxi
Fidel Samaniego R.
El Universal

Domingo 10 de agosto de 2008

Subió a una unidad aparentemente normal. Con la complicidad del chofer, dos hombres la asaltaron. ‘No somos abusadores sexuales; somos ‘ratas’ nada más”, dijeron

fidel.samaniego@eluniversal.com.mx

Las palabras le llegaron una a una, secas, brutales: “¡Tu vida no me importa, para mí no significa nada!”. El tipo apoyaba la amenaza con una pistola en la mano derecha. Ella estaba inclinada, con la cabeza casi en el piso del auto. Secuestrada a plena luz del día, entre cientos o miles de personas.

Fueron casi 30 minutos de terror. Tiempo de detenido. Ellos eran los poderosos, los que aplicaban su ley, la de la selva. A la joven señora no le quedaba duda: su vida estaba en las manos de esos tres hombres, ellos podrían hacer lo que les viniera en gana y sin que pudiera pedir auxilio. “¡Nada más gritas y te reviento un balazo!”, le advirtió el que iba a su lado.

Había salido con prisa de su casa. Tenía que ir a trabajar. Le dio un beso a su bebé y a su marido. Les dijo: “Nos veremos más tarde”. Le hizo la parada a un taxi, se percató de que las placas fueran las reglamentarias, lo abordó.

Poco después le llamaría la atención que el chofer, con un corte de pelo impecable, tipo militar, llevaba una gorra negra. Observó también que en las ventanillas y en el medallón de la parte trasera había redes negras, de plástico, de las que sirven para proteger del sol... y para algo más.

Pensó entonces: “Con esas cortinas, pueden asaltar a alguien y ni quien se dé cuenta desde los otros coches”.

Poco después, el conductor dio vuelta a la izquierda, tomó por el carril cercano a la banqueta, se detuvo detrás de otro vehículo que estaba detenido. Fue entonces cuando subieron los otros dos delincuentes. Le apuntaron con sus armas, le dijeron que se portara bien o se moría. “Tranquila, si colaboras no te va a pasar nada, no somos abusadores sexuales, somos ratas nada más”, le explicó el que se colocó a su derecha. Después le ordenaron que se agachara.

Ninguno de los dos asaltantes le dijo al taxista qué rumbo debería tomar. Evidentemente él sabía. Y mientras uno de los que la habían secuestrado revisaba el bolso de mano, el otro la interrogaba, le preguntaba a dónde iba, cuántos hijos tiene, a qué hora entraba a trabajar.

“Ahora quiero que me digas algo muy importante”, expresó el que viajaba en el asiento delantero. Ella se adelantó: “Sí, la clave, el número de mi tarjeta es...”. Luego les aclaró que sólo ese nip sabía, el del pago de nómina, el otro, el de la tarjeta de crédito no, porque nunca lo usa. Se habían detenido ya ante una sucursal bancaria. “Más vale que me hayas dicho la verdad, porque no me voy a bajar en balde”, le advirtió el que ya abría la puerta para sacar dinero.

Mientras esperaban, el chofer subió el volumen del radio; continuaba la música clásica. El otro veía una credencial, le preguntaba: “¿Entonces eres periodista?”; ella respondió afirmativamente. “Pues fíjate que las reporteras me caen gordas, las odio por chismosas”.

Después, esa fría amenaza: “¡Tu vida me importa muy poco!”. Regresó el otro ladrón. “¡Está cargada, güey!” exclamó en referencia al saldo que había visto en la pantalla del cajero. “Sí, pero ya nos llama Lucas, no se vaya a enojar”, le respondió como en clave su compañero.

“¿No entiendes que está cargada? Vamos a quedárnosla más tiempo para sacarle todo el billete”, insistió el que iba como copiloto. “¿Y tú no entiendes que nos habla Lucas, que ya nos vayamos?”. Entendió. Otra vez sin indicaciones, sin instrucciones, el taxista avanzó un par de cuadras y se detuvo. “Te vamos a dejar ir, pero si haces algún pancho, regresamos por ti y te llevamos. Y tenemos tu credencial del IFE, sabemos a dónde vives y en dónde trabajas. Nada de denuncias”, escuchó antes de quedar en libertad... relativamente.

Y es que ahora es presa del miedo. Intenta pero no puede olvidar esos terribles minutos. Mientras tanto, un taxi en el que se escucha música clásica sigue recorriendo la ciudad. Las víctimas lo esperan, la justicia no.

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