domingo, agosto 17, 2008

SECUESTRO, "EMPLEO" FAMILIAR

José Luis Sánchez era un abogado con un buen futuro en un afamado bufete; ahí sostuvo una relación emocional con Martha Macías, cuyos hermanos y ella misma lo raptaron y asesinaron al no recibir el rescate pactado

FRANCISCO GÓMEZ francisco.gómez@eluniversal.com.mx
El Universal
Domingo 17 de agosto de 2008

El secuestro migró del crimen organizado, pues según informes de la Procuraduría General de la República (PGR) se ha vuelto una “empresa familiar” por la participación de familias enteras o bien, ante la presunción de la facilidad de estos delitos y las ganancias que reditúan, participa igual gente que antes no había cometido ilícito alguno.

Este fenómeno en el secuestro fue detectado por la PGR hace al menos dos años, ante la creciente cifra de plagios donde miembros de una familia eran responsables de planear y ejecutar raptos y cobrar rescates. Incluso, se detectó que en varios casos, los involucrados no tenían antecedentes delictivos previos.

Una de esas historias es la de Martha, Ernesto y Miguel Antonio Macías Rancel. Secuestraron al hombre que salía con la primera, un abogado por quien al inicio pidieron un rescate de 10 millones de pesos, pero al recibir menos de 150 mil, lo mataron a unas calles de donde vivían y mantuvieron a su víctima.

Según la PGR, la descomposición social y la desintegración familiar inciden para que una familia se una y delinca, de ahí que desde hace más de dos años se observe la recurrencia este fenómeno en la industria del secuestro.

José Luis Sánchez tenía un futuro prometedor en un afamado despacho jurídico. Sin embargo, ahí se topó con el que sería el más grande de sus problemas: una secretaría con quien sostuvo una relación sentimental, Martha Macías Rancel. Trató, según documentos del expediente, de dejar a esa mujer y al fin llegó a la muerte a manos de ella y su familia.

La última noche que el abogado fue visto con vida, comentó a otro colega que vería a Martha. En casa, dijo a su esposa, Azucena Navarrete, que volvería tarde, pues tendría una junta de trabajo. El profesionista nunca más volvió a su hogar: sería hallado muerto.

La desaparición de José Luis se produjo cuando pactó verse con Martha en un restaurante de San Ángel. No hubo más llamadas de él; su esposa le mandó algunos mensajes que nunca fueron contestados. A la medianoche, una llamada despertó a Azucena, era de desconocido. “Buenas noche, ¿habla la esposa de José Luis?”, saludó la voz y la amenazó: “tengo a tu esposo secuestrado y me tienes que pagar 10 millones de pesos”.

—Es una broma, ¿verdad?—, se atrevió a decir la mujer.

—No es una broma y si no pagas lo vamos a matar—, advirtió la voz antes de colgar.

Desde ese momento comenzó la tragedia para Azucena. Les dijo desde el inicio a los plagiarios que no tenía el dinero. Eso tensó y dificultó las negociaciones, asesoradas por un elemento de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) hasta el fatal desenlace. Ella pidió una y otra vez prudencia y clemencia a los plagiarios; éstos se mostraron inflexibles, no obstante se pactó enviarles 150 mil pesos.

Cada momento, el secuestrador amenazaba: “No llamen a la policía, no hagan pendejadas porque si cometen un error la vida de José Luis estará en riesgo”. Incluso, los delincuentes tuvieron la osadía de devolver a la familia el carro de su víctima para que fuera vendido. Parientes del abogado fueron por el vehículo, pero llegaron antes que los plagiarios y decidieron dar un nuevo recorrido, cuando regresaron ya estaba el auto ahí y los maleantes pudieron irse sin problemas.

La familia había pedido a la AFI un operativo para detener a los plagiarios cuando fueran a dejar el auto, pero los agentes federales en ese momento les dijeron que qué deseaba: “detener a los secuestradores o salvar la vida del secuestrado. No sólo eso, los federales dijeron a la familia que dejaran de ‘jugarle a los detectives’, incluso –según declararon los familiares de la victima no se realizaron peritajes ni toma de huellas al auto, porque el perito responsable “estaba de vacaciones”.

Al final de la negociación, los delincuentes aceptaron los 150 mil pesos enviados. El mensajero con el dinero fue guiado por los secuestradores a través de un celular hasta donde se haría la entrega: la zona del Estadio Azteca, precisamente a unas calles de donde vivía uno de los hermanos Macías Rancel.

El asesor le dijo a la familia ese 3 de diciembre de 2004 que no desesperaran, pues la devolución de víctimas iba de horas a días.

Pero algo pasó. Los secuestradores se comunicaron horas más tarde y sólo dijeron haber recibido 50 mil pesos. “Esto ya se chingo”, fue lo último que se escuchó decir a los plagiarios. El cuerpo sin vida de José Luis apareció en Santo Tomás Ajusco, la zona por donde vivía Martha Macías Rancel.

Las voces de Ernesto y Miguel Antonio Macías Rancel serían reconocidas plenamente luego de su captura meses después del plagio que terminó en asesinato. Ellos lo negaron todo; ahora purgan 58 años de prisión.

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