Desde que el jefe sandinista Daniel Ortega recuperó la Presidencia de Nicaragua, en enero de 2007, en el país han vuelto a sonar los tambores de guerra. Esto se debe, ante todo, a que el presidente Ortega amenaza con usar “el acero de guerra” contra la oposición, contra las organizaciones independientes de la sociedad civil y en general contra todos los críticos de su gobierno, incluyendo a los medios de comunicación independientes a los que mantiene sometidos a un ataque feroz de descalificación e intimidación, y en el caso del Diario LA PRENSA ha llegado al extremo de acusarlo de “traidor a la patria”.
Pero, además, el presidente Ortega habla continuamente de una posible guerra con Colombia. Así lo reiteró el lunes de esta semana en la celebración del 28 aniversario de la Fuerza Naval del Ejército de Nicaragua. En esa ocasión, según informó LA PRENSA el martes de esta semana, Ortega advirtió que “la presencia de fragatas militares colombianas en aguas nicaragüenses representa una seria amenaza de ataque al país” y por ese motivo los misiles de origen soviético conocidos como Sam-7 no serán destruidos, como lo ha solicitado el Gobierno de Estados Unidos y el mismo gobernante sandinista se había comprometido a cambio de medicinas y equipos médicos.
Pero no es sólo por el conflicto limítrofe con Colombia que Ortega habla incesantemente de una probable guerra de ese país contra Nicaragua. Ortega apoya abiertamente a las FARC y de esa manera se ha inmiscuido en el conflicto armado interno de Colombia. Además el gobernante de Nicaragua se ha adherido a la iniciativa del presidente venezolano, Hugo Chávez, de crear un ejército internacional bolivariano para defender y expandir el llamado socialismo del siglo XXI en América Latina y el Caribe.
En realidad, toda América Latina pareciera estar preparándose para la guerra. La toma del poder por la izquierda extremista en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, ha creado en la región un clima belicoso e impulsado una desmedida carrera armamentista. Incluso Chile, donde gobierna la izquierda moderada, se ha metido de lleno en esta carrera armamentista que en términos generales le quita cuantiosos fondos a las reformas sociales y a la lucha contra la pobreza, para desviarlos hacia la supuesta “necesidad” de modernizar las fuerzas armadas.
Al respecto en su columna de esta semana publicada ayer en LA PRENSA, el periodista internacional Andrés Oppenheimer cita el más reciente informe del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz, de Estocolmo (SIPRI), en el cual se dice que sólo el año pasado los gobiernos de América Latina gastaron 40 mil millones de dólares en la carrera armamentista. Entre estos países se destaca Venezuela, que se ha armado hasta los dientes en preparación de una posible guerra con Estados Unidos. "No importa qué nombre le pongamos -una "carrera armamentista" o un "incremento del gasto militar-, el fenómeno es el mismo", asegura Oppenheimer. Y agrega: "Con pocas excepciones -como Colombia, que enfrenta una insurgencia armada- es un derroche insensato de dinero, sumamente contagioso, en una región que todavía tiene algunos de los índices de pobreza más altos del mundo".
Pero a Oppenheimer le falta decir que en esa insensatez se manifiesta una concepción estratégica de la izquierda extremista que representan Hugo Chávez y Daniel Ortega, quienes se guían por la máxima de Mao Zedong de que “el poder emana de los cañones de los fusiles”. Ellos creen en el poder supremo de las armas no sólo para establecer y mantener el poder revolucionario en cada país, sino también para imponer internacionalmente el socialismo del siglo XXI que proclama Hugo Chávez y corean sus epígonos en Nicaragua, Bolivia y Ecuador.
A muchas personas ese lenguaje belicoso y las amenazas de guerra interna e internacional, les parecen locuritas de individuos izquierdistas con mentes calenturientas y delirios de grandeza. Pero lo cierto es que esos locos están en el poder. Y tienen a su disposición no sólo el poder político, sino también el poder económico y la fuerza militar que en algunos casos, como el de Venezuela, es desproporcionado y representa una grave amenaza contra los demás países de la región, cuyos pueblos lo que quieren es vivir en paz, libertad y democracia.
(Fuente: Editorial La Prensa Nic. 140808)
jueves, agosto 14, 2008
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