miércoles, agosto 12, 2009

ODIO, INTOLERANCIA Y REPRESIÓN ORTEGUISTA

Odio, intolerancia y represión orteguista

El sábado de la semana pasada, miembros de la Coordinadora Civil que habían programado celebrar en los predios de la Catedral de Managua, con autorización del Arzobispo, monseñor Leopoldo Brenes, una actividad cultural como clausura de su asamblea general nacional, fueron agredidos brutalmente por turbas oficialistas.

Varias personas resultaron lesionadas, entre ellas el periodista Mario Sánchez, oficial de información de la Coordinadora Civil, contra quien más se ensañaron los agresores. Y aparte de la misma agresión, lo que más llamó la atención e indignó a la opinión pública fue la actitud de los oficiales de Policía que estaban presentes en el sitio, en el momento de los hechos, los que en vez de defender a los agredidos como es su obligación institucional y moral, mostraron indiferencia y complicidad y dejaron que los agresores actuaran con impunidad.

Pero ese hecho de violencia no fue un enfrentamiento entre grupos políticos polarizados, como dijo Daniel Ortega para tratar de justificar la agresión de sus turbas. Fue una acción represiva del Gobierno, cobarde además de brutal, porque las víctimas eran personas pacíficas inermes e indefensas, entre ellas mujeres y ancianos. La agresión de las turbas oficialistas del sábado pasado en las afueras de la Catedral de Managua, siguió el mismo patrón de todas las acciones represivas contra miembros de partidos políticos de oposición, movimientos juveniles y organizaciones de la sociedad civil que han ocurrido en el país desde que se restableció el poder presidencial de Daniel Ortega, en enero del 2007. En ningún caso los ciudadanos han agredido a los miembros, simpatizantes o activistas del partido de gobierno, ni han ido a perturbar las movilizaciones políticas oficialistas. Invariablemente han sido los ciudadanos de la oposición y miembros de los grupos juveniles y de las ONG críticas del Gobierno, los que han sido atacados violentamente con morteros y golpeados con tubos, garrotes, piedras, fajas y, en el mejor de los casos, a trompones y patadas.

El país está cubierto por una enfermiza atmósfera de totalitarismo, de intolerancia gubernamental a la oposición, a las disidencias y a las críticas. Hay un ambiente de irrespeto gubernamental a las diferencias, de rechazo a la pluralidad, de odio a los adversarios, inclusive a aquellos que por compartir algo de los beneficios del poder apoyan de hecho a Ortega por medio de pactos y fingimientos políticos.

En Nicaragua ya no funciona ni siquiera la cláusula electoral de la Carta Democrática Interamericana de la OEA, según la cual los gobernantes deben ser elegidos por el pueblo en elecciones libres y limpias, conforme a los procedimientos legales establecidos en cada país. Ese principio fue arrojado al cajón de la basura con el fraude electoral del año pasado. Y menos que funcione o que se respete aquí, la cláusula de la Carta Democrática de que se debe gobernar con estricto respeto a las libertades de los ciudadanos y los derechos humanos. Sin embargo, la OEA sólo ve las cosas malas que se hacen a su derecha y justifica las peores que se realizan a su izquierda.

Daniel Ortega habla de amor y reconciliación, pero ha hecho del odio su ideología de gobierno. Un odio extremo, fascista, que se extiende hasta sectores y personas de izquierda, no obstante que él se ufana de ser un gobernante izquierdista. La Coordinadora Civil, por ejemplo, algunos de cuyos miembros fueron brutalmente agredidos por las turbas izquierdistas de Ortega el sábado pasado, es un movimiento social progresista que precisamente ese día había presentado una propuesta de solución a los problemas nacionales, desde una perspectiva de izquierda.

Para Daniel Ortega, el pecado de la Coordinadora Civil en lo social, como del MRS en lo político, es que son movimientos de izquierda pero democráticos, promueven el cambio social pero respetan las diferencias y aspiran a realizar sus objetivos sin abolir las libertades de los demás ni atropellar los derechos humanos. Una izquierda así, democrática, respetuosa y respetable, no puede ser aceptada por un totalitario como Daniel Ortega, mucho menos que acepte a la derecha, aunque ésta sea muy abierta y democrática.

Pero la tolerancia es indispensable para la convivencia social pacífica. Por eso, como expresó el padre Orlando Aguilar en el templo de Santo Domingo en Managua, el lunes 10 de agosto, hay que comenzar a decirle basta ya a esa intolerancia que está carcomiendo materialmente y envileciendo moralmente a la nación.

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