No sólo en Nicaragua, sino también en otros países de América Latina, no corren buenos tiempos para la libertad de expresión. El auge de gobernantes autoritarios que han aprovechado las virtudes y facilidades de la democracia para alcanzar el poder y luego, desde arriba, quebrantar las instituciones democráticas, ha significado un grave retroceso de todas las libertades. Ante todo de la libertad de prensa.
Un prestigioso jurista venezolano especialista en derechos humanos y libertad de expresión, Asdrúbal Aguiar, dijo en uno de los paneles de la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) realizada a principios de noviembre de este año en Buenos Aires, Argentina, que la libertad de prensa en América Latina está pasando por “una coyuntura desgraciada”. En realidad es una coyuntura catastrófica, porque la libertad de expresión y de prensa es indispensable para que funcionen las demás libertades, para la vigencia del Estado de Derecho, para el respeto a la dignidad de la persona humana.
Eduardo Bertoni, director del Centro de Estudios en Libertad de Expresión de la Universidad de Palermo, Argentina, y ex relator para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), de la OEA, dijo que “el año 2009 deja un panorama que no es uniforme y demuestra la amplia gama de desafíos que todavía enfrentamos en la región para proteger la libertad de expresión”.
Pero se queda corto el señor Bertoni. Otra abogada argentina especialista en derechos humanos, Eleonora Rabinovich, quien es directora del Programa de Libertad de Expresión de la Asociación por los Derechos Civiles, señaló más precisamente que hay que recorrer todavía un largo camino “antes de poder afirmar que las democracias de América Latina garantizan plenamente la libertad de expresión”. Y agregó que “en algunos países se observa un recrudecimiento de las violaciones más frontales a la libertad de expresión, como los ataques e incluso asesinatos de periodistas”, mientras que “en muchos otros existe una creciente utilización de formas más sutiles y sofisticadas de censura —a través del abuso de facultades regulatorias o de los fondos públicos, por ejemplo— que coexisten en muchas oportunidades con las formas directas de silenciamiento”.
Las restricciones, amenazas y agresiones contra la libertad de expresión van desde los discursos intolerantes, agresivos y descalificadores de algunos gobernantes contra los medios de comunicación, hasta la violencia criminal contra periodistas y sus familiares. Los gobernantes autoritarios como Daniel Ortega en Nicaragua, Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, e inclusive la presidenta argentina Cristina de Kirchner, no disimulan su odio a la libertad de prensa ni escatiman ataques groseros, infundados y amenazantes contra periodistas, editores y dueños de medios independientes.
Un caso extremo y mayormente dramático es el de Cuba, país convertido en una de las mayores cárceles de periodistas del mundo, donde más de veinte hombres y mujeres de prensa guardan prisión desde hace varios años, condenados hasta a treinta años de cárcel por ejercer su derecho humano fundamental a informar y recibir información de manera independiente del Estado. Pero la dictadura comunista cínicamente niega tenerlos presos. “No son periodistas, son mercenarios del imperialismo yanqui”, dicen los verdugos del pueblo cubano, conculcadores de su libertad y sus derechos humanos.
Se dice que en 2009 ha habido menos periodistas asesinados y medios cerrados, que son las dos formas de censura más brutales y directas. Sin embargo, ha abundado nuevas formas sofisticadas y sutiles de censura indirecta o autocensura, en casi todos los países latinoamericanos. Nicaragua es un claro ejemplo de ello. Aquí el Gobierno de Daniel Ortega ahoga a los medios de comunicación independientes negándoles la publicidad oficial; amedrenta a periodistas, editores, ejecutivos y dueños de medios, con permanentes ataques verbales, amenazas y descalificaciones; crea foros de periodistas asalariados para que difamen y calumnien a los comunicadores democráticos e independientes; dedica a sus ideólogos a “exprimirse los sesos” a fin de inventar y encontrar nuevas formas de censura institucional; etc.
Sin embargo, los medios independientes sobreviven en medio de las grandes dificultades, se mantienen en pie de trabajo y de lucha. Es que “la lucha eterna de la libertad persiste”, como dijera el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti en la reunión de la SIP realizada en noviembre de este año en Argentina. Y persistirá siempre, a pesar de los pesares, agregamos nosotros.
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