miércoles, julio 04, 2007

DISCURSO DE ORTEGA DESMAYA A CHAVISTA


Ivonne Melgar
Tomado del Nuevo Excelsior

Cuando el comandante Daniel Ortega preguntó al presidente Felipe Calderón, respondiéndose, que de nada le había servido a los mexicanos el TLC, porque ahí está “el muro de la vergüenza” para probar su inutilidad, el saldo de los 40 minutos de discurso había ido más allá de los bostezos.

Justo a la mitad de la diversificada intervención del mandatario nicaragüense sonó el golpe de la silla con todo y ocupante; el típico azotón del desmayado. Los comensales del salón de la Tesorería del Palacio Nacional concentraron su atención en el extremo derecho, con la interrogante de quién era aquel hombre caído al suelo.

Pero la curiosidad pronto se transformó en asombro: ni siquiera el incidente frenaba la imparable oratoria del visitante.

Los médicos del Estado Mayor Presidencial corrieron con bastante ruido hacia el lugar de los hechos. Y Ortega seguía frente al micrófono.

Tomaron los signos vitales del hasta entonces desconocido, le hicieron las preguntas de rutina, le pusieron alcohol, lo reincorporaron.

Y el comandante de la revolución sandinista de los 80 continuaba con sus advertencias de que ya asoma el desvanecimiento del “capitalismo global”.

Las miradas de la concurrencia se dirigían al punto del contratiempo, sin atender el recuento de los daños que las naciones poderosas les causan a las pobres y que en ese momento hacía el aliado centroamericano número uno de Hugo Chávez, a quien rendía homenaje con la generosidad de su verbo.

Nada inmutó a este hombre que ha regresado por la vía de las urnas a la Presidencia nicaragüense, 17 años después de que el sandinismo perdió el poder que antes ganó con su lucha guerrillera.

Nada es nada. Ni siquiera ese cuchicheo que saltó de mesa en mesa, como zumbido, una vez que se conoció la identidad del desmayado: Dimas Romero, funcionario de negocios de lo que funciona en México como la oficina de representación del Gobierno venezolano.

Luego de que esta paradójica revelación de que la víctima del maratónico discurso sandinista era un diplomático del chavismo, todo lo demás pasó a segundo plano.

Hasta el consenso alcanzado ahí entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, y no precisamente fiscal, sino gestual, porque era evidente el acuerdo en los rostros de estupefacción entre Calderón, el senador Manlio Fabio Beltrones y el ministro Guillermo Ortiz Mayagoitia.

Y es que ya entrados en la violación de las más elementales bases del protocolo, empezaron los cucharazos: el tintinear de los cubiertos sobre las copas de vino cual ruego de silencio para que al fin éstas fueran alzadas. La cristalina protesta, a hurtadillas, incluso ocurrió en las narices del secretario particular de Los Pinos, César Nava.

Y es que para entonces el brindis de honor al que debe antecederle un mensaje de alrededor de tres minutos, se había retrasado media hora. Pero en suma, la recepción correspondiente a una visita de Estado, llevaba 60 minutos de más. Porque también el discurso de llegada había sido largo en el Patio Central de Palacio cubierto de alfombras rojas.

Veintidós minutos para una muy variada exaltación a México, por Benito Juárez, porque aquí se preparó Augusto Sandino antes de incursionar a Managua, porque ha sido siempre, dijo, un país “insurrecto”, pero sobre todo porque tiene a la Virgen de Guadalupe, a quien bautizó como la Patrona de los Latinoamericanos y cuya Basílica visitó la tarde de este miércoles (28 de junio), inaugurando así su agenda.

Antiprotocolario hasta en su vestimenta siempre casual, Ortega se guardó los agradecimientos propios de estos encuentros. Así que nada dijo sobre el anuncio de Calderón de que México financiará tres proyectos carreteros que Nicaragua necesita. Y dejó sin respuesta la solicitud del anfitrión: mantenerse activo como integrante del Plan Puebla Panamá.

Habló, eso sí, del cambio climático, de la miseria en África, de la voracidad del Grupo de los Ocho y del imperio del Norte:

“Hoy estamos seguros que esa fortaleza espiritual y moral de los pueblos latinoamericanos está creciendo, se agiganta, se vuelve cada vez más potente y hace que nuestros pueblos, nuestros gobiernos, independientemente de posiciones ideológicas, nos encontremos desafiando, incluso a aquellos que han apostado a mantenernos divididos y que no quieren que nos encontremos. Aquellos que han apostado a fragmentarnos para explotarnos mejor o para comernos mejor como el cuento de La Caperucita y el Lobo”.

Eso ocurrió en el patio. Ya en el brindis, con el desmayado de por medio, concretó su crítica, señalándole a Calderón que ese socio feroz no es tal:

“Si el Tratado de Libre Comercio fuese realmente lo bueno, lo positivo que ustedes venían predicando, entonces no estarían desesperados millones de latinoamericanos buscando cómo saltar hacia los Estados Unidos”.

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