lunes, julio 30, 2007

EL CULTO A LA PERSONALIDAD.

En algunos países latinoamericanos estamos asistiendo a un reavivamiento de la aberración política conocida como culto a la personalidad. En la historia reciente el mundo ha conocido el degradante culto a la personalidad de individuos como José Stalin, en la extinta Unión Soviética; Adolfo Hitler, en Alemania; Benito Mussolini, en Italia; Francisco Franco, en España; Mao Zedong, en China; Nicolás Ceacescu, en Rumania; Ho Chi Minh, en Vietnam; Kim Il Sung, en Corea del Norte; Josip Broz Tito, en la ex Yugoslavia; el ayatola Khomeini, en Irán; Gadafi, en Libia; Idi Amin, en Uganda; Fidel Castro, en Cuba, etc. Estos se endiosaron en el poder y obligaron a la gente a rendir culto a sus personalidades, y sobre este pedestal gobernaron de manera absolutista y criminal.

Es que el culto a la personalidad llevado al extremo, acarrea consecuencias espantosas para los pueblos que lo practican y/o lo soportan. En China comunista, Mao Zedong fue responsable de la muerte de más de 40 millones de personas, incluyendo muchos militantes del Partido Comunista y antiguos camaradas suyos, como Liu Shao Chi y Lin Piao, quienes por ser figuras prominentes en el partido se convirtieron en sus rivales. El mismo tipo de purga hizo el endiosado José Stalin en la Unión Soviética, donde el comunismo stalinista causó la muerte de decenas de millones de personas, muchas de ellas asesinadas en las grandes purgas. Y en Cuba, aunque las circunstancias le impidieron a Fidel Castro cometer genocidio, muchas personas incluyendo a dirigentes del Partido Comunista que tenían el potencial de convertirse en rivales del dictador, salieron de una u otra forma trágica del escenario político, entre ellos, Arnaldo Ochoa, José Abrantes, Tony de la Guardia, Manuel Piñeiro Losada, Aníbal Escalante y otros más.

Los individuos que ejercen el poder de manera autoritaria y despótica, por eso mismo fomentan el culto a ellos mismos y en sus relaciones públicas se comportan como el dictador venezolano Hugo Chávez. En este sentido, el reciente atropello verbal de Chávez contra el cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez, se ha derivado de su personalidad narcisista, histriónica e inclusive infantil, tal como ha sido catalogado por el siquiatra Luis José Uzcátegui, quien es coautor —con Eleonora Bruzual— del libro Favoritos del Diablo.

Para llamar la atención hacia su persona Chávez hace declaraciones públicas escandalosas y provocadoras. Al presidente George W. Bush lo llamó “el diablo”, en las Naciones Unidas. A Vicente Fox, cuando era Presidente de México le dijo “cachorro del imperio”. A los empresarios venezolanos los califica como “oligarcas predadores”. A los medios de comunicación que lo critican, los descalifica de cualquier manera ofensiva. En fin, Chávez usa la provocación y la irreverencia para que las miradas del mundo se vuelvan hacia su persona, seguramente solitaria e insegura como dicen los siquiatras y psicólogos que han analizado su enfermiza personalidad. De manera que lo que dijo el Cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez es totalmente cierto: Hugo Chávez “se siente como un dios y con derecho a atropellar a todas las demás personas, bajo una soberbia que ya se ha visto en la historia de otros dictadores”.

En Nicaragua, el regreso de Daniel Ortega a la Presidencia de la República ha venido acompañado con una clara tendencia a crear un ambiente de culto a su personalidad. La proliferación de grandes carteles con la efigie y las consignas de Daniel Ortega, cuando ya no hay campaña electoral, tiene el único propósito de fomentar el culto a la personalidad del Presidente sandinista. Quieren hacerle creer a sus seguidores e imponerle a toda la nación, la idea de que Daniel Ortega es insustituible e imprescindible, porque “el Presidente es el pueblo y el pueblo es el Presidente”.

Pero la democracia republicana, representativa y verdaderamente participativa, es incompatible con el culto a la personalidad de nadie, llámese Daniel Ortega, o cualquier otro caudillo endiosado. El concepto fundamental de la democracia es que las personas no se someten al individuo que gobierna, sino a las leyes, y en primer lugar a la Constitución, que responden o deben responder a los principios de libertad individual y soberanía popular, no a formas autoritarias de gobierno ni al culto a la personalidad de nadie

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