Desde ayer, al cumplirse tres meses de la destitución de Manuel Zelaya como Presidente de Honduras y de haber sido reemplazado según lo que establece la Constitución de ese país, el depuesto ex presidente hondureño convocó a la “ofensiva final” de su campaña insurreccional para recuperar el poder. En respuesta, como medida defensiva el gobierno provisional de Honduras decretó la suspensión parcial de garantías constitucionales que le permita enfrentar la insurrección zelayista, la cual es apoyada externamente por los gobiernos de izquierda autoritaria del Alba, pero también por los de izquierda moderada de Brasil y Chile, e inclusive por Estados Unidos.
Por cierto que a muchas personas les resulta muy difícil entender por qué gobernantes democráticos, y sobre todo Estados Unidos, apoyan con tanta fuerza la restauración de Zelaya en el poder. ¿Es que no se dan cuenta de que eso sería darles un enorme triunfo a Chávez, Castro y Ortega? ¿Por qué no pueden ver que la restauración de Zelaya quebrantaría el sistema democrático hondureño y sentaría las bases de un régimen autoritario y corrupto? ¿A qué se debe que no quieren ver que Zelaya fue reemplazado de acuerdo con lo que manda la Constitución de Honduras, y que, aunque hubiera sido un error deportarlo a Costa Rica, sería peor restaurarlo en el poder porque entonces nadie podría impedir que imponga su proyecto dictatorial de tipo chavista? ¿Por qué los gobernantes democráticos que respaldan a Zelaya no quieren entender que la crisis de Honduras deben resolverla los mismos hondureños, por el medio excelentemente democrático y transparente de las elecciones del próximo 29 de noviembre?
En realidad, es lógico que los gobernantes de izquierda se empecinen en restaurar a Zelaya en el poder. Inclusive es comprensible que estén también en esa línea, los gobiernos de izquierda democrática de Brasil y Chile, pues ideológicamente éstos son más afines al izquierdismo autoritario de Zelaya, Ortega, Chávez y Fidel Castro, que a los valores democráticos liberales. Pero Estados Unidos, que se supone no tiene nada en común con las aberraciones ideológicas y políticas del izquierdismo, ¿por qué presiona tanto por la restauración de Manuel Zelaya en el poder y, por lo consiguiente, respalda la política expansionista de Chávez con su “socialismo del siglo XXI”?
Ante tanta insensatez, resulta inevitable recordar la sentencia de Albert Einstein de que la estupidez humana es infinita, como el universo. O, para ser benignos, la reflexión de Sófocles en Antígona, acerca de que en el mundo hay muchos misterios y el mayor de todos es el hombre, es decir, la persona humana.
En ese mismo orden, el filósofo argentino Santiago Kovadloff ha escrito en el diario La Nación, de Buenos Aires, que “la centroizquierda le cree al sapo cuando el sapo asegura que es un príncipe circunstancialmente hechizado. Fascinada, le regala sus obsecuencias a cambio de la promesa de un futuro redentor. Y eso lo hace contra toda evidencia histórica”.
Kovadloff nos recuerda igualmente la anécdota de cuando el filósofo alemán Karl Jaspers preguntó al también filósofo germano Martin Heidegger, cómo era posible que apoyara a Adolfo Hitler y su criminal régimen nacional socialista. Y Heidegger le replicó, con cínico desparpajo: “¿Ha visto qué hermosas manos tiene (Hitler)?” Y recuerda así mismo Kovadloff, que cuando reclamaron a Jean Paul Sartre, después de un largo viaje a la Rusia comunista soviética, por qué no denunciaba las atrocidades estalinistas, el eminente filósofo francés contestó: porque no quiero favorecer a la derecha.
Ahora, como lo estamos viendo, no sólo es la centroizquierda la que cree al sapo izquierdista el cuento de que es un príncipe democrático encantado, sino también gobernantes de centro derecha y un periodismo que suele pasar por democrático. Eso es lo único que puede explicar que tengan a Manuel Zelaya como la encarnación de los principios democráticos en Honduras y crean que restaurarlo en el poder significa defender la democracia, siendo que abundan y están a la vista de todo el mundo, las evidencias de que el régimen zelayista cometió deliberadamente innumerables violaciones de los principios democráticos, atropellos a la Constitución de Honduras y desacato al Poder Judicial y al tribunal supremo electoral.
Definitivamente, la estupidez humana no tiene límites y al parecer nadie está a salvo de ella, mucho menos quienes, por la razón que sea, creen que los sapos izquierdistas autoritarios son o pueden ser príncipes democráticos encantados.
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