miércoles, diciembre 19, 2007

DICTADORES SIEMPRE TERMINAN PERDIENDO

La experiencia histórica demuestra que los pueblos siempre terminan derrotando a sus opresores. En Venezuela esto se volvió a demostrar con la contundente derrota que sufrió Hugo Chávez en el referendo del recién pasado 2 de diciembre. Tanto presionó Chávez para imponer unas reformas constitucionales pensadas para crear un Estado totalitario y eternizarse en el poder, que finalmente la mayoría le dijo “no” y lo mandó a callar.

Es seguro que si los aliados de Chávez: Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua, siguen por el mismo camino, también van a tropezar con la misma piedra. Estos presidentes hablan a nombre de los pobres, pero lo que hacen con sus hechos es perjudicar a quienes dicen representar y defender. Lo único que verdaderamente les interesa es perpetuarse en el poder, porque se consideran insustituibles y creen que sin ellos sus respectivos países y pueblos estarían perdidos y sin esperanza.

Pero la historia enseña que en realidad nadie es imprescindible. Lo que sí es indispensable es la libertad de las personas y de los pueblos y el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Eso lo saben cada vez más personas en todo el mundo. En consecuencia, los Ortega de América Latina, aunque no quieran tienen que enfrentar la oposición y una resistencia cada vez más vigorosa. Chávez perdió a pesar de sus sobornos a las masas con la inmensa riqueza que produce el petróleo y no obstante las amenazas y acciones represivas. Evo Morales y Rafael Correa están perdiendo puntos. Ellos, igual que Chávez insisten en reformas constitucionales que resulten de sus imposiciones y no del consenso democrático.

La mayoría de los electores bolivianos y ecuatorianos votó por Morales y Correa, porque sus programas apuntaban a transformaciones sociales profundas supuestamente para lograr una mejor distribución de la riqueza. Y esto requiere de cambios en el marco jurídico constitucional, desde luego. El problema es que una reforma como la que impulsa Rafael Correa para —por ejemplo— disolver el Congreso, no tiene conexión alguna con la supuesta intención de ayudar a los pobres. Se ve claramente que lo que busca Correa es gobernar sin límites ni controles. De hecho, la Asamblea Constituyente mayoritariamente “correísta”, ya suspendió al Congreso y lo sustituyó con una Asamblea Legislativa favorable a él, hasta que la nueva Constitución sea votada y que se celebren nuevas elecciones el próximo año.

Evo Morales, por su parte, impulsa reformas que le permitan reelegirse de manera continua e indefinida, es decir, aspira a ser un cacique vitalicio del pueblo boliviano. En noviembre, una Asamblea Constituyente reunida en una instalación militar con la presencia de sólo tres miembros de la oposición, aprobó un texto constitucional que Morales presiona para que sea aprobado cuanto antes.

Sin embargo, es necesario apuntar que Morales y Correa cuentan con suficientes recursos económicos y al menos simulan consultar a sus pueblos. Morales, por ejemplo, ha pedido un referendo para que la población decida si él y los gobernadores deben o no permanecer en sus puestos.

El caso de Nicaragua es más grave. Daniel Ortega también busca perpetuarse en el poder pero sólo atropellando a las instituciones y las personas que se le opongan. Ortega es un presidente de minoría que apenas tuvo los puntos de ventaja necesarios para no tener que ir a una segunda vuelta, enfrentando, además, a una oposición dividida. Económicamente el gobierno de Ortega sobrevive de la caridad internacional. Sin la ayuda de Europa, EE.UU. y los organismos internacionales que estos apadrinan, el país colapsaría. Por eso Ortega no quiere consultar al pueblo sino imponer su voluntad atropellando las instituciones y lo que ha quedado del Estado de Derecho. Ortega ha anulado la función legislativa de la Asamblea Nacional y utiliza a su bancada de magistrados en el Poder Judicial para emitir sentencias que carecen de validez jurídica porque violan los procedimientos y atropellan la ley. Además, en los foros internacionales Ortega se expresa como si el nuestro fuera un país de gente bochinchera, estúpida y económicamente autosuficiente. Esto, como dice Carlos Alberto Montaner que se lo comentó un presidente suramericano, hace que Ortega sea más peligroso que Chávez.

Pero es seguro que el pueblo nicaragüense volverá a derrotar a Ortega, igual que lo hizo en el pasado. Sólo es cuestión de tiempo.

(Editorial Diario La Prensa 191207)

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