viernes, diciembre 28, 2007

¿SE PUEDE CONFIAR EN ARNOLDO ALEMÁN?

¿Se puede confiar en Alemán?

Se sabe que dentro del FSLN hay descontento con la manera sectaria, autoritaria, matrimonial, familiar y personalista en que Daniel Ortega maneja el Gobierno. Pero casi nadie se atreve a expresar públicamente sus desacuerdos, son muy escasos en ese partido los valientes como el Alcalde de Managua, Dionisio Marenco.

Los pocos defensores del orteguismo dicen que el FSLN, como está en el poder, se encuentra más fuerte que nunca, pero omiten que en realidad el Frente Sandinista dejó de ser un partido con mística e ideales y se convirtió en una agrupación de individuos codiciosos, a quienes sólo motivan intereses económicos y obsesión por el poder.

En realidad, es evidente que el orteguismo aunque esté en el poder no las tiene todas consigo. Le afecta mucho no tener ahora o por ahora los votos de los diputados del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), sin los cuales sencillamente no puede funcionar y se puede convertir en un gobierno más ineficaz. Pero esto es por culpa del mismo Ortega. Su sed ilimitada de poder y su falta de entereza le impiden cumplir cabalmente su pacto con Arnoldo Alemán. Ortega ha traicionado a Alemán, no obstante, que este le facilitó el triunfo presidencial rebajando a 35 por ciento el porcentaje necesario para poder ganar la elección presidencial; a pesar de que Alemán le entregó al FSLN la presidencia del Poder Legislativo siendo minoría parlamentaria, lo mismo que el control de los tribunales de justicia. El vicepresidente sandinista de la Corte Suprema de Justicia, magistrado Rafael Solís, ha hecho alarde del control que tiene el orteguismo sobre siete salas de apelaciones, contra dos que controla el PLC, pero omitió decir que esto se debe a que Alemán y el PLC le entregaron esos tribunales al FSLN.

Ahora que los diputados del PLC se han rebelado contra el pacto, Ortega ha arremetido contra Alemán para tratar de recuperar el control de la situación en la Asamblea Nacional. Por eso fue que dos magistradas orteguistas ratificaron la sentencia condenatoria de Arnoldo Alemán a veinte años de cárcel por delitos de corrupción. Inclusive, la resolución del Tribunal de Apelaciones fue más allá de confirmar la sentencia original. Especificó penas en razón de los diferentes delitos del acusado para que el nuevo Código Penal no lo beneficie, como se suponía. ¿Significa esto que Ortega y sus jueces quieren combatir y castigar la corrupción? Desde luego que no. Si así fuera, Ortega habría permitido que los fondos del petróleo venezolano pasaran por los controles del Presupuesto Nacional, en vez de usarlos a su discreción como lo está haciendo.

Por otro lado, no es malo que el Tribunal de Apelaciones se haya pronunciado sobre el recurso de apelación por la condena a Arnoldo Alemán. Pero debió hacerlo mucho antes. Si lo hizo hasta ahora, después de cuatro años, es porque tenía guardada la sentencia como una arma disuasiva. Así es como Daniel Ortega concibe la administración de justicia. De manera que lo malo no es que la Corte dictara sentencia en este caso, sino la descarada manipulación que Ortega hace del sistema judicial para resolver sus dilemas políticos. Lo malo es que para Daniel Ortega la Constitución Política que muestra y lee en sus mítines no es más que papel mojado. Lo malo es el cinismo con que los mismos magistrados del supremo Tribunal de Justicia pisotean el Estado de Derecho.

Para los liberales del PLC y personas de otros partidos, y gente sin partido, la única manera de impedir que Daniel Ortega siga usando a Alemán como rehén político es beneficiando a este con una amnistía que también proteja a otras personalidades políticas, amenazadas por el caudillo del FSLN. Pero la Alianza MRS y muchas personas rechazan la amnistía en este caso, tanto por razones políticas y morales como porque Alemán no ha demostrado arrepentimiento ni propósito de enmienda. Nadie puede asegurar que Alemán no volvería a pactar con Ortega apenas consiguiera su libertad definitiva y recuperara el control sobre el PLC y sus diputados. Y entonces el pretendido remedio resultaría peor que la enfermedad.

(Editorial La Prensa, 281207)

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